lunes, 16 de julio de 2018

Pulso de vida



Alicia empezó con ocho años a tocar un violín que se llama de dos cuartos porque tiene unas dimensiones adecuadas al tamaño de una niña, pero cuando cumplió los trece, Sarai, que le había dado clase desde el principio, explicó a sus padres que su estatura y complexión ya reclamaban un violín más ajustado a su desarrollo físico precoz, un violín de adulto acorde a sus capacidades.

Una tarde Sarai la llamó a un aparte después del ensayo de la orquesta:

- Sé que vas a ir con tus padres a comprarte el nuevo instrumento y quiero aconsejarte. Escúchame bien.

Al mencionarle el tema Alicia asintió a su profesora mientras desplegaba una franca sonrisa. La miró atenta esperando sus palabras. 

La gente -comenzó Sarai- piensa que comprar un violín es elegir uno bonito que se ajuste a su presupuesto. O en el mejor de los casos busca un sonido especial. Sin embargo, tú vas dedicarte a buscar un violín en concreto: el tuyo. 

Tu violín está esperando a que lo encuentres. Es un proceso que puede alargarse el tiempo suficiente como para que alguien joven como tú se impaciente, pero en realidad es algo simple, solo hay que probar varias decenas de ellos hasta que escuches como el tuyo te habla. 

La profesora calló unos segundos ante el gesto de estupefacción de la niña, que ahora miraba a su profesora con la cabeza un poco ladeada y entornando levemente los ojos como tratando de saber si le estaba tomando el pelo. Sarai le sonrió cómplice, y con un tono de confidencia continuó:

- Mira Alicia, he visto alumnos virtuosos con habilidades manuales llamativas; músicos perseverantes en su práctica que consiguen ser el primer violín de una orquesta al cabo de los años; concertistas de carácter disciplinado que perfeccionan su técnica con tesón hasta atreverse con algunas de las partituras más complejas, pero pocos intérpretes están dotadas de una cualidad llamada oír el pulso de vida del instrumento. Esta condición poco común que tú posees consiste en saber cumplir la voluntad del violín para dejar que se exprese por medio del violinista. 

Desafortunadamente, la visión más extendida entre los músicos faltos del Don es creer que la música es una manifestación artística humana que surge a través del violín, de ahí que se le llame instrumento en el sentido de mera herramienta necesaria para un fin.

Hubo otra pausa en la que Sarai calibró el efecto de sus palabras en la niña. La mirada inteligente de Alicia le indicaba que podía seguir adelante.

Por ello -insistió- debes buscar hasta que os encontréis. Visita todas las tiendas de la ciudad con tranquilidad. No escuches las tonterías sobre la calidez o dulzura de este o aquel modelo, algunos vendedores incluso te recomendarán en función de su potencia o por el sonido cristalino y brillante. Ni caso. 

Tampoco merece la pena la descripción que te darán acerca de los materiales porque no estás buscando un sinfonier o un escritorio, no importa si la madera es de arce sólido vaciado a mano o abeto de la región de los Cárpatos; tanto dará si el barniz es al aceite de Rumania o el acabado es antiguo. Tu violín no es un mueble, está vivo.

Verás como no te será difícil descartar algunos de ellos en la primera nota, con otros lo harás incluso antes de levantar el arco, simplemente abrazando con tu mano el mástil ya notarás que no es él. 

Ten confianza porque te aseguro que está aguardando tu llegada. No hablará hasta que tú le escuches y entonces sucederá: se mostrará solo para tí, te embrujará para que lo lleves contigo.

Sé que te estás preguntando qué quiero decir con escucharle. Te lo voy a explicar. Cierra los ojos al apoyar el mentón, calma tu respiración y concéntrate al deslizar el arco por primera vez. Presta atención a la vibración que subirá por tus brazos hasta tu pecho, donde empezarás a sentir su pulso como un latido.
- ¿Siempre es así? -preguntó Alicia preocupada-
- Bueno, no necesariamente. Puede ser de otra forma, pero será distinto a todo lo que hayas experimentado hasta ahora, eso seguro. Y tal vez nadie salvo tú lo sepa.

Notarás que tus dedos ya no esperan la orden para buscar un re o un fa, sino que viajarán solos por el diapasón a su antojo, no sin cierta cautela al principio, del mismo modo en que se camina en penumbra un lugar que no conoces bien. Es porque os estaréis reconociendo mutuamente como la pieza que os complementa, el relámpago que desata la magia de la interpretación desde el alma del violín.


Tres meses después de aquella conversación Alicia y sus padres comenzaron a buscar en escuelas y tiendas de Madrid tras los numerosos intentos fallidos en los establecimientos especializados de Valencia. 

Un sábado entraron en un local estrecho y profundo que tenía unas escaleras sobre las que un cartel indicaba que abajo había un taller luthier. Tras el mostrador una señora de pelo blanco recogido en un moño les saludó amable antes de preguntar qué iban buscando. Comenzó el ritual una vez más. Alicia se fijó en el sonido que hacían al chocar las pulseras de la señora cada vez que señalaba un violín de la pared, pero cuando le entregó el primero se concentró en probarlo y ya no volvió a fijarse en ellas. 

Tomó el violín y cerró los ojos como tantas veces antes pero seguía sin suceder nada. Se volvió hacia su padre para decirle que este tampoco era el que buscaban cuando en la trayectoria de su mirada se interpuso uno muy brillante que llamó su atención. La cegó con el reflejo de un rayo de sol que entraba por el escaparate. 

La señora ya estaba descolgando otro y cuando Alicia le insistió en que le acercase el que la había deslumbrado, se negó aduciendo que ese no era un violín para una niña, que debía probar el que ahora le ofrecía porque era más dulce para su edad.

Alicia le dijo sin disimular su enfado que eso no podían saberlo si no lo probaba, así que la señora concedió con un gesto de suficiencia, de esos que indican que está esperando para jactarse a posteriori de lo acertado de su consejo, pero Alicia solo miraba al violín. 

Lo tomó con cuidado, cerró los ojos de nuevo e intentó suavizar su respiración. Estaba menos frío que el anterior, templado pero desafinado. Sacó su móvil, conectó la aplicación que le daba la nota para afinar y empezó a apretar las clavijas mientras la señora miraba la escena con una mueca casi cómica y las manos apoyadas en el mostrador. 

Alicia se apartó a un lado dándole la espalda y presionó con seguridad la mano izquierda sobre el diapasón mientras la derecha esperaba relajada sujetando el arco. Apoyó el mentón, levantó su mano derecha y el arco acarició las cuerdas lentamente. 

Con las primeras notas, sintió como sus pies se elevaban unos centímetros del suelo. La búsqueda había terminado.

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