lunes, 9 de julio de 2018

Pintora Rupestre


Dedicado a la fuerza inspiradora de Frida Kahlo


Hace mucho tiempo en términos humanos y apenas un suspiro para el planeta…

La tierra emergida despertaba del letargo invernal. Durante miles de años el gigante glaciar había gobernado con mano helada todos los rincones de la geografía, cubriendo con sus dedos nevados las playas más meridionales y los picos más septentrionales. Pero el Rey Blanco fue derrotado al ser incapaz de resistir los ataques violentos del orbe de fuego que dominaba la bóveda celeste. Y ahora, millones de brotes verdes salpicaban su cadáver en descomposición.

Al retirarse las nieves, las tundras se convirtieron en bosques y las enormes criaturas que pastaban en las extensiones de musgo, liquen y hierba resistente al frío tuvieron que desplazarse al Norte.
Caballos, bisontes, rinocerontes lanudos y mamuts migraron al ocaso. Por contra, otras especies vieron su oportunidad, y ciervos, asnos, cabras, ovejas, uros, jabalíes y unos extraños mamíferos verticales llamados humanos ocuparon el nicho vacío.

Mamíferos verticales como Golondrina, la lideresa del Clan de las Cabras Mansas, indómita e ingeniosa, llamada así por la forma de sus cejas, encargada de dirigir con sabiduría al grupo familiar tras la muerte de su amada Alondra abatida por un león de las cavernas.
Entonces, la tribu se reunió y Golondrina fue elegida como la nueva dirigente; muy a su pesar, ni siquiera pudo guardar luto.
El clan unicamente tenía una ley, inapelable e indiscutible: el grupo tenía que ser guiado por el ejemplar más capacitado para la supervivencia, independientemente del sexo, porque el individuo no importaba, lo importante era el clan, y éste debía funcionar como un organismo propio con sus integrantes como piezas del engranaje.
Y Golondrina era especial, capacitada para el cargo, no tan buena cazadora como Alondra ni tan capaz en descubrir carroñas o frutos, pero suplía esa carencia con un talento innato para la invención y para sacar partido de la inverosimilitud.

Ella nunca lo confesó, darle sentido a todo lo que rodeaba le atormentaba por dentro hasta el punto de no querer seguir viviendo. <<Cuánto echo de menos a mi amada Alondra>> pensaba muy a menudo, aunque la responsabilidad de proteger al clan siempre pesaba más que cualquier duda interna.

Como jefa grupal le dolía la primera medida que adoptó. Movida por la venganza ordenó matar a los leones de las cavernas que habitaban en la región; eliminarlos a todos era la premisa. Ciertamente, fue un acto irresponsable, lo último que se esperaba de ella, pero la venganza era hija del odio. El cerebro, dictador implacable de los humanos, transmitía placer en los actos consumados de venganza, equilibrando las interacciones negativas a través del daño contra otros individuos, y ella era tan humana como sus antecesoras y sus predecesoras.
Y cumplieron la misión con creces, vaya si la cumplieron, los leones fueron erradicados sin compasión, eso sí, a un precio muy alto. La última leona que mataron, madre de dos cachorros que fueron golpeados en la cabeza con piedras enormes hasta convertir sus testas infantiles en papillas sanguinolentas, en un último acto suicida se abalanzó sobre ella causándole una herida muy fea en su pierna. Y a pesar de salvar su vida gracias al poder de las hierbas, su pierna fue reclamada por la leona transformada para siempre en pellejo humillado.
Golondrina, tullida y triste, inundada por los dolores físicos, continuó dirigiendo los designios del clan con una sola pierna; su compromiso con el grupo familiar era más fuerte que la peor de las laceraciones.

Las siguientes medidas que tomó si fueron acertadas, resarciéndose de la imprudencia. Con la retirada de las nieves, las grandes manadas de mamuts, el gran sustento para la mayoría de los clanes humanos, siguieron la estela alba donde aguantaban los últimos resquicios níveos.
Las grandes bestias, famélicas y debilitadas, fueron masacradas. No existe la piedad en el mundo de los humanos y la debilidad se paga muy cara.
Con el fin de la megafauna muchos clanes también emigraron (un verbo intrincado en el ser humano desde el principio de los tiempos) a la búsqueda infatigable de los últimos mamuts.
Sin embargo, otros grupos aguantaron en las zonas meridianas, aumentando la recolección de frutos, cambiando sus hábitos de caza, buscando otras piezas más pequeñas incluidas las más nimias como conejos o pequeñas aves.

Golondrina era diferente al resto de líderes de otros clanes, ella era una tormenta de ideas y se le ocurrió apresar algunas cabras y hacerlas suyas en vez de darles mulé, encerrándolas en un vallado, eligiendo ella misma a las más mansas, desechando a las más ariscas. Si los lobos podían ser amaestrados, seres más débiles de mente como cabras y ovejas no tardarían en claudicar.
Y con cada nueva generación repetía la misma operación consiguiendo resultados sorprendentes: las cabras se integraban en la familia y de ellas se podía aprovechar incluso su leche, obteniendo gracias al fuego y al caldero (una especie de útero artificial que Golondrina había creado utilizando barro cocido) nuevos alimentos más nutritivos, sabrosos y perennes. No lo supo explicar, tras cocinar los alimentos en el caldero la capacidad de ingenio del clan creció a la vez que la salud.

También se le ocurrió otra brillante idea. Se dio cuenta que en la letrina comunal las semillas de los frutos que expulsaban los intestinos humanos germinaban con vigor gracias al involuntario estiércol. Y aprovechando la abundancia de heces de cabra plantaron las simientes en pequeños surcos anexos al asentamiento, creando ellos mismos la lluvia cuando ésta no caía de la bóveda celeste.
Y tuvieron cierto éxito inicial en su empresa, por algo se empezaba. Pudiera ser que muy pronto no fuera necesario organizar partidas para buscar alimento y así le ganarían tiempo al tiempo para dedicarse a otros quehaceres.

Al no poder acompañar a los suyos en las incursiones organizó un bonito proyecto: formaría a las niñas y los niños, y a las mujeres y hombres impedidos para las correrías en trabajos tales como confeccionar vestidos, construir herramientas, cocinar alimentos, poner nombres a plantas y animales que iban descubriendo y pensar respuestas coherentes para la gran cantidad de preguntas que tenían sobre como funcionaba la existencia. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Para hallar respuestas los niños eran sorprendentes, extremadamente resolutivos. Una niña sugirió que quizás existiese vida después de la muerte, un lugar maravilloso donde nada malo sucedería, exento de dolor y tristeza. Aquello le marcó y reconfortó. ¿Quién sabe si la niña estaba en lo cierto?
Otras respuestas dieron paso a otras preguntas como la posibilidad que alguna entidad superior fuese responsable de las lluvias, las raíces luminosas que caían del cielo y hacían mucho ruido o de dar vida a todas las criaturas, incluidas ellas. Tenía sentido, seguro que alguien los escrutaba desde lejos, una madre suprema que los cuidaba desde arriba, enfadándose o alegrándose dependiendo de como se comportaban.
El clan estuvo de acuerdo en bautizar a tan formidable energía como “Diosa”: la creadora de la tierra y los seres que la poblaban, del cielo, del agua, del orbe de fuego y de los inexplicables fenómenos que de vez en cuando ocurrían. Y para contentar a la Diosa propuso ofrendarle parte de los alimentos del clan, y en muchas ocasiones le pedía salud y abundancia de sustento.

El éxito del proyecto fue absoluto, los utensilios y el manejo de plantas y animales mejoraron, los alimentos se conservaron con mayor excelencia, y lo mejor de todo, sacaron tiempo para divertirse y disfrutar de una vida que hasta la fecha estuvo plagada de dificultades.
Gracias al ocio florecieron las innovaciones. A unos niños se les ocurrió la genialidad de tallar animales con trozos de madera, e incluso fueron más allá, moldearon la madera hasta darle forma humana, pedazos de madera a imagen y semejanza de sus seres queridos.
La niña resuelta le regaló una figura que aseguraba que era ella misma. Aceptó el regalo riendo en su interior. La pequeña estatua humana con aquellas piernas de madera estaba muy lograda y al ver aquellas extremidades tuvo una revelación.
Golondrina se obsesionó con aquellas piernecitas y dedicó todos sus esfuerzos en construirse una para ella con la que suplir la carencia carnal.

Una noche, a la luz de la hoguera, contemplando el fuego hipnótico le rondó un plan en su cabeza; había llegado la hora de probar su creación. A la conseguida pierna de madera le había colocado un soporte acolchado con raíces y hierbas que acoplaba a la perfección con su muñón y que le posibilitaba otra vez la acción de caminar. El milagro se obró.
Tras practicar un rato por los alrededores y asegurarse que todo estaba en su sitio se alejó del poblado y caminó por lugares a los que no podía acceder anteriormente por sí misma hasta alcanzar la cueva donde estaba enterrada Alondra y el resto de seres queridos, la misma gruta donde su amada perdió la vida; era tradición en el clan enterrar allí a los seres queridos para que las alimañas no pudiesen mancillar sus cuerpos. Ella subía poco a la cueva al no poder hacerlo sin ayuda, de todas formas siempre fue una gran excusa para visitarla lo menos posible.

La cueva, antigua morada del clan, era un abrigo generoso, pero estaba lejos del río y para subsanar la distancia inventó unas casas portátiles utilizando palos y pieles de animales que facilitaban hacer vida en la orilla de la prístina masa de agua. Y a medida que pasaban las estaciones, las viviendas se mejoraban con nuevos materiales; la última innovación fue emplear boñigas caprinas cocidas, un gran aislante contra las inclemencias.
Sumado a las huertas y a los corrales, las tiendas de piel de cabra iban cobrando forma de poblado viable.

La cueva despertaba una mezcla de respeto y de temor. <<Qué mejor sitio que la caverna para plasmar mi maravillosa idea.>> Decorar aquel lugar fúnebre sería un buen subterfugio contra la tristeza.
Y allí se adentró rodeada de oscuridad, invadida por completo de negrura de no haber tenido una antorcha creadora de sombras teatrales en la pared. El fuego proyectaba en la roca enormes dientes de león de las cavernas cada vez que alumbraba a las pequeñas pirámides colgadas al techo; formaciones extrañas creadas por la acción de las lágrimas de la montaña.
Los niños fueron su inspiración, los extinguidos leones de las cavernas su responsabilidad, la memoria su compromiso...cogió un pequeño carboncillo que sustrajo de la hoguera del poblado, expulsó las imágenes que tenía en su cabeza hacia el exterior y las plasmó en la piedra con la ayuda del carboncillo.
Golondrina pintó bisontes, ciervos, caballos, jabalíes, lobos, rinocerontes y leones de las cavernas, poniendo especial hincapié en estas dos últimas especies; si ella tuvo el privilegio de contemplarlas y por culpa de sus congéneres estaban extintas, su compromiso con las generaciones futuras era dejar constancia de ellas. A diferencia de una talla de madera, en lo más profundo de la cueva podrían aguantar el paso del tiempo.

Finalmente, mientras cavilaba sobre desarrollar nuevas pinturas con óxido y grasa animal, se felicitó a sí misma por su iniciativa, no por vanidad, esta acción podría ser el principio de un camino brillante donde los humanos pudiesen sacar sus inquietudes internas y trazarlas en la piedra, de esta manera, libres del peligro del viento que destruye a las delicadas tradiciones orales, en la cueva podrían aprender de la huella dejada por sus ancestros y perfeccionarla, construyendo un mundo más justo y más esplendoroso en cada generación.

Y así fue como Golondrina, una MUJER del paleolítico inventó, entre otras muchas cosas, la pintura.

Reto a cualquier Homo sapiens a negar esta afirmación, a demostrar que fue un autor el creador de las maravillosas pinturas rupestres de Altamira.
¿Por qué damos por hecho que fue un hombre? No existe una sola prueba de ello ¿Por qué en todos y cada uno de los documentales sobre pinturas rupestres vemos a un actor disfrazado de burdo “Unga-Unga” dibujando animales sobre el lienzo pétreo? ¿Por qué no pudo ser una mujer sensible y culta a su manera la primera pintora de la humanidad? Llámenme bicho raro, me la trae al pairo, yo veo más factible la firma femenina que la masculina en los albores del arte.
Mi compromiso es reivindicar esa posibilidad.

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