miércoles, 25 de julio de 2018

Noche de guardia

NOCHE DE GUARDIA

Como siempre, el coche circula mucho más rápido de lo que debería. Algún día les parará la policía, pero por el momento están cansados y tienen ganas de llegar al apartamento, con lo que la velocidad está justificada. Aún así, hay que repostar en la próxima gasolinera o el domingo no podrán hacer el viaje de vuelta.
Casi no han hablado en todo el trayecto, pero la parada hace de interruptor para que ella comience una conversación.
- Bueno, ¿Qué hiciste anoche?

PARTE I: Él

Acaba de llegar a casa, es tarde y no hay nada en la nevera. Ella no volverá de su guardia hasta las ocho de la mañana, así que tiene vía libre.
Avisa por el grupo a sus incondicionales, esta noche también estará solo y tiene ganas de fiesta. No tardan ni dos minutos en contestar, todos están a su entera disposición. Esta vez volverá a ser en su casa, uno traerá las cervezas, otro hielo y limones y en cuanto lo tengan claro, bajarán al bar de la esquina para pedir bocadillos, bravas y sepia.
Han visto el partido, jugado a la play y acabado, como cada noche, arreglando el mundo con unos cuantos gintonics de Seagrams por cabeza, pero es jueves y aunque la compañía es grata y la noche es joven, en unas pocas horas tendrán que estar todos de nuevo en pie, así que desmontan el tinglado, que no es más que tirar la basura y meter los vasos en el lavavajillas y cada uno vuelve a su puesto, hasta la próxima guardia.
Él no tiene suficiente, está cansado pero no tiene sueño, por tanto decide continuar con el ritual de cada noche de guardia. Coge el teléfono, se sienta en el sofá de piel blanca y aunque es verdaderamente tarde, marca el número que, a fuerza de usar, ya se sabe de memoria. Todavía no ha sonado el primer tono y ya han descolgado. Es otra de sus incondicionales, pero con ésta los juegos son diferentes, más íntimos, mucho más tórridos  y ante todo, son juegos prohibidos porque él, por mucho que le pese, continúa casado. 
La conversación deviene en un intercambio de sugerencias, onomatopeyas y exclamaciones que se alargan hasta casi el amanecer y cuando ya se lo han dicho todo y han sentido todo lo que esperaban sentir, deciden emplazarse de nuevo hasta la próxima, sin concretar mucho más, pero sabiendo que en tres o a lo sumo cuatro días podrán repetir o incluso verse en persona.
Finalmente se acuesta, consigue dormir sin problemas, hasta el punto de que no se da ni cuenta de cuando llega ella y se acuesta, recién duchada, a su lado. Ya casi ni la ve, ni la siente. 

PARTE II: Ella

Acaba de llegar al hospital, es pronto pero prefiere tener tiempo para que le pongan al día de todo lo que ha pasado y está pasando. 
Las guardias, conforme se acerca el fin de semana, se hacen más pesadas y especialmente agotadoras los jueves que son los nuevos viernes. De todos modos, desde hace dos meses ella las prefiere así, cuanto más costoso se hace el trabajo menos piensa en todo lo demás y con suerte eso la ayudará a conciliar el sueño, si es que tiene algún rato para dormir.
Por lo pronto está resultando una noche inusualmente tranquila, las enfermeras y los auxiliares están especialmente habladores y le cuentan con entusiasmo los últimos cotilleos del hospital.  A media noche hacen el resopón, cada uno suele traer algo para el almuerzo nocturno, pero ella no ha traído nada, su nevera lleva unos cuantos días vacía y no hay ánimos de llenarla. Tampoco tiene hambre así que ni se molesta en comprar cualquier cosa en la máquina expendedora.
Parece que tiene sueño y todo está muy tranquilo, una de las enfermeras la anima para que vaya a descansar un rato y ella no opone resistencia. Sin abrirla, se acuesta en la cama común, tampoco se molesta en quitarse la bata para estar un poco más cómoda, no cree que dure mucho su descanso. Consigue mantenerse en un duermevela alrededor de dos horas. Aunque no hay avisos ni urgencias se levanta movida por una necesidad, más sentimental que fisiológica.
Hace dos meses, sin saber muy bien porqué, tras recoger el correo del buzón, se puso a revisar las facturas. Es algo que no había hecho antes, todos los cargos de la casa están domiciliados en la cuenta común y nunca han tenido ningún problema, pero ese día lo hizo. Comenzó por la más abultada, que resultó ser la factura del teléfono. Para su sorpresa, aparecían detalladas todas y cada una de las llamadas realizadas, desde las más breves, de escasos siete segundos hasta las más largas, de más de dos horas. No recordaba haber mantenido conversaciones ni tan cortas ni tan largas, seguro que eran de él, que algunos días decidía trabajar desde casa y la mayoría de sus acuerdos se realizaban vía telefónica, pero no cuadraba que fueran a las tres o las cuatro de la madrugada, ni siempre al mismo número, ni tan reiteradas, ni que coincidieran exactamente con sus guardias.
Esa noche, como las que había pasado en el hospital en los últimos dos meses, volvió a sucumbir a su necesidad de comprobación y llamó de nuevo a su casa. Como el resto de veces, contuvo la respiración hasta que oyó los pitidos agudos, cortos y seguidos que anunciaban  que podía volver a respirar, pero que lamentablemente el teléfono de su casa estaba comunicando y no precisamente con ella.

Epílogo

Ella sabe que cualquier explicación para las llamadas a altas horas de la noche, de duración inapropiada y de reiterada disposición, va a ser completamente inverosímil, pero también sabe que no se ve capaz de vivir sin el hombre que le está mintiendo vilmente, al que hace culpable de todo lo malo que está pasando en su matrimonio y de esa sensación que lleva ya dos meses destrozándola, como un tornillo que se enrosca sin fin en su estómago y en su cabeza.
En el fondo también sabe que todos piensan lo mismo, por mucho que ella se obceque en desoírlos. Puede que él sea el culpable, el que ha provocado todo este drama contemporáneo, pero la responsabilidad última de lo que está sintiendo, de su malestar, su odio, su frustración y su tristeza es ella. Sólo cuando sea capaz de no pensar en él como su mitad complementaria y vea la cantidad de posibilidades que se abrirán conforme supere el shock y asimile el cambio, se hará plenamente responsable de su vida y podrá comenzar a ser feliz. Pero eso ella todavía no lo sabe. 

Él no sabe nada. Ni qué hacer, ni qué decir. Piensa que quedarse quieto y mirar al infinito a través de la luna de su flamante coche es la forma menos traumática de pasar este bache. Solo que no es un bache, es el final del camino.

1 comentario:

  1. Me gusta tu forma de contar hechos y sentimientos. Un cuadro sobre la vida en pareja y la infidelidad pintado con palabras.

    ResponderEliminar