lunes, 16 de julio de 2018

Mortal ingravidez


Ahora, consciente de que no podré regresar a ese plano de la realidad compartido por la mayoría de los humanos, quisiera relatar los hechos que desde mi posición he podido constatar y a los cuales me refiero para explicar lo sucedido.

Dado que no dispongo del tiempo necesario, he optado por describir en episodios diferenciados los acontecimientos que pueden ayudar a dilucidar la extraña actitud del comandante.



Primer episodio: Batallas celestes



Imelda Flores, la hija del chamán, habitaba una pequeña casa de adobe un tanto alejada del pueblo, al otro lado del río. Peter se empeñó en visitarla, aún cuando le advertí de que ese tipo de experiencias podía trastornar la esencia del individuo.

    Somos científicos. Investigamos lo incomprensible— arguyó con talante divertido mientras atravesaba el sembrado de hortalizas que conducía al porche donde ella aguardaba.   

En el interior de la vivienda tres sillas formaban un semicírculo alrededor de la mesa. La mujer ocupó la del centro y dirigió la mirada hacia las piernas— rociadas por la voracidad de los mosquitos— de mi compañero. Gradualmente, sus ojos desmedidos transitaron el cuerpo largo y robusto de Peter. Sin mediar palabra, se le acercó, tomó su rostro y presionó con ambos índices el entrecejo. En escasos segundos mi amigo se elevó lentamente, adoptó la  posición horizontal y permaneció flotando en la estancia.

A partir de este acontecimiento, Imelda lo recibió todas las tardes hasta que nos fuimos de Perú. En las siguientes sesiones no se repitió dicho fenómeno, Peter entraba en un estado de inconsciencia que sólo revertía cuando la mano de la mujer se posaba sobre su frente.

Nunca supe con exactitud qué sucedía en sus viajes. En una ocasión me comentó que era una lucha ardua, eterna, celeste.











Segundo episodio: La voluntad



Desde la estación puedo observar sus piruetas en el inmenso oscuro. Continúa sujeto al cable pero no se acerca.

El silencio pesa en el espacio como una piel intensa dispuesta a abrazar la frágil ingravidez.  Estrellas y planetas viajan en una algarabía sorda, feroz, tremendamente sobrecogedora.

Peter apenas se mueve. Probablemente le queda muy poco oxígeno.

Si quisiera volver podría utilizar los inyectores de propulsión.

Pero no quiere.

Ahora sé que antes de salir, ya había decidido no regresar. Tal vez por ello, hace unas horas me habló de Imelda, de los mundos paralelos, de las entidades que conviven junto a nosotros en otros niveles de conciencia, del tránsito en la frontera de la muerte.

De repente, mi amigo suelta el cable y se sumerge en el universo como un satélite burlando el infinito. 





Ana

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