martes, 17 de julio de 2018

Ingravitus

Un sábado por la mañana, todo iba normal, desde el repartidor de periódicos en su bicicleta hasta el café matutino del viejo Jefferson. Pero lo que no sabrán hasta después serán los inauditos eventos que plagarán el tranquilo pueblo de Twintletown.

En una de las casas, un joven llamado John estaba, obviamente, roncando. Cuando sonó el despertador para levantarse y consecuentemente desayunar, John intentó hacerlo callar… intentó. En cambio, lo que hizo es una pobre imitación de un gato bailando en el agua… mientras flotaba en el aire. Sí, en el aire.

Al no poder apagar el maldito despertador y no sentir el colchón, John abrió los ojos, tan solo para ver que todo lo que no estaba fijo está flotando en el aire. Al estar adormilado, él ignoró la inverosimilitud de la situación y volvió a dormir, hasta que su despertador voló a su oreja. Lo golpeó, rebotó con las esquinas y chocó con su cabeza.

“¡¿Pero qué cojones?!” se quejó John mientras se frotaba el lugar del impacto… solo para volver la situación en la que estaba su cuarto. “Debo de estar borracho.” intentó racionalizar. Entonces sonó su móvil situado en el espacio entre su lámpara y sus revistas de forma que recuerdan a una lámpara de lava.

Tras esquivar la bolsa voladora de patatas y un sinfin de objetos más, John consiguió alcanzar el aparato y contestar “¿Diga?” “¡John! No te puedes creer lo que me está pasando ahora mismo.” Una voz familiar sonó desde el otro lado de la línea. “No puede ser tan raro que lo que pasa aquí.” contestó John con escepticismo. “... todo está flotando por el aire, ¿verdad?” intentó adivinar la voz del móvil. “Ah. Sí, ¿por?”

“Porque aquí también pasa lo mismo.” Este es Mark, gamer de afición y uno de los mejores amigos de John. Ahora mismo, su situación es la misma que la que experimenta su compañero de conversación: todas sus cajas de videojuegos y consolas están desparramadas. “Y acabo de ver pasar volando por la ventana un gato… en un edificio que no tiene cornisas y eso que vivo en una primera planta.” continuó al ver al minino intentando agarrarse a una farola.

Obviamente, el gato tampoco estaba conforme con la situación. Su rutina era muy simple: levantarse, comer, merodear por el barrio y tumbarse a la bartola. ¿Ahora? Su tranquilo día fue interrumpido por lo que sea que esté pasando. Al principio, cuando empezaba a no notar el suelo, empezó a bufir, como si ordenara al mundo que lo pusiera de inmediato a la comodidad del suelo. Después, intenta agarrarse a lo que tenga más cerca a no ser que tenga un viaje directo a la estratosfera.

Mientras maullaba maldiciones ininteligibles para cualquier ser humano, el resto del pueblo dio más muestras de la repentina falta de gravedad.

Vehículos obviamente no diseñados para nada al transporte aéreo empiezan a ejercer esa función de forma descontrolada, estén siendo usados o no. El repartidor de antes está ejerciendo una buena imitación de la escena de la bicicleta de ET. Solo que de día, sin ningún extraterrestre y gritando en pánico.

El café de Jefferson tampoco se salvó. Se transformó en una masa esférica amorfa de líquido cafeinado. Oh, y el viejo Jefferson ahora es otra de las primeras personas en descubrir el vuelo sin motor y sin vehículo.

Poco a poco, todo lo que no estaba amarrado al suelo de alguna forma u otra se fue volando hacia los suelos. Menos mal que aquel extraño fenómeno sólo estuviera limitado a una altura limitada y que los efectos disminuían a medida que uno se aproxima a las afueras del pueblo.

Por lo tanto, a descontento de sus habitantes, Twintletown ahora es una atracción turística con un parque temático dedicado a la gravedad.

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