miércoles, 25 de julio de 2018

El vuelo a India



Apoyada en la maleta se puso de puntillas para mirar entre la gente si Luis y Dani ya venían, aunque sabía que ellos se lo tomarían con más calma. En esto también eran muy diferentes. A ella le gustaba estar pronto por si surgía algún imprevisto, pero Luis que no acababa de entenderlo, se burlaba cariñosamente de esas manías. Seguramente llegarian a tiempo pero sin holgura, como sucedía habitualmente. Marga miró el reloj de una de las pantallas y comprobó que faltaban dos horas para el despegue. Los que iban delante habían llegado incluso antes que ella, luego se lo diría a Luis y reirian, pensó. Instintivamente volvió a mirar hacia la puerta y echó un vistazo rápido a su móvil.
La música la calmaba, sacó los auriculares y marcó el modo de reproducción aleatoria, así daba una oportunidad a cada una de las canciones de los diez álbumes de los Beatles que llevaba.
Había fantaseado con este viaje desde que era universitaria. India era el país del que nadie volvía indiferente. Había devorado documentales sobre su cultura, leído algunos poemas conocidos y le encantaba su comida.
Recopiló durante años largas colecciones de historias curiosas o sorprendentes sobre sus gentes, las castas, los funerales,...; guardaba en sus cuadernos recortes de la experiencia que había transformado a los Beatles y fotos de sus maestros de yoga desde hacía quince años, cuando empezó a practicarlo. Ahora iba a realizar su sueño con Luis y su hijo Dani.
La idea había partido de Luis como gesto de reconciliación después de la bronca en la playa hacía tres meses. Una discusión poco exaltada con palabras sensatas pero que a Luis le había hecho ver que los cimientos de la relación se estaban tambaleando porque Marga estaba al límite con el tema del niño.
Le había dicho que Dani se estaba convirtiendo en el estereotipo de adolescente consentido por sus padres divorciados que se sabe la medida de todas las vidas de alrededor.
La había visto profundamente disgustada, y le había querido proponer algo especial.
La chica con rastas se sentó sobre su enorme mochila de camuflaje verde estilo senderista. Le asomaba entre los tirantes de la camiseta parte de un tatuaje de con muchos colores, pero era difícil adivinar el resto que permanecía escondido. Marga también tuvo ganas de ponerse más cómoda, esas esperas se hacían eternas cuando estás sola. Notó que las lumbares empezaban a molestarle y sin que se notara mucho estiró los músculos de la espalda.
La familia de asiáticos estaba apiñada en un metro cuadrado pero sin hablar entre ellos: los niños jugando cada uno con su móvil y los padres mirando al frente como si pudieran telepáticamente conseguir que llegase antes una persona al mostrador y acortar el plantón.
Lo mejor está por llegar, decía la camiseta de un cuarentón rubio del principio de la fila que se rascaba distraídamente con una mano la abundante barba bien recortada mientras sostenía en la otra un libro del que no apartaba la vista.
Marga en cambio habría sido incapaz de leer en entre el barullo de la gente. Ni siquiera estaba disfrutando de los Beatles. Dónde se habrán metido estos dos.
Le pareció distinguir el flequillo de Dani cerca de los ascensores y suspiró de alivio. Solo por un momento, porque al moverse un poco alcanzó a verle la cara y se había confundido. Todos los adolescentes se peinan igual por lo visto. La adolescencia. Marga venía advirtiendo a Luis desde hacía meses sobre lo peligroso de esas escaladas de tensión que siempre culminan en berrinche adolescente.
La situación se repetía invariablemente: empezaba con desaires y conducta arrogante hasta que se le contrariaba y se desataba su furia.
Al principio después del divorcio, no hubo pataletas, no eran necesarias. Sus padres se anticiparon a mimar.
Dos años después su estatus parecía difícilmente revocable. El tiempo consolida privilegios. Qué difícil es convencer de que lo que antes valía ya no sirve.
Dani se esmeraba especialmente con su repertorio de malas caras y desaires en desgastar su relación con Luis. Supo de Marga al cabo de bastante tiempo porque Luis había pospuesto inconscientemente el momento de hablar con él. Decía que no había sabido explicarle, que era complicado encontrar la forma de hablarle, era su niño. Para Luis lo más importante había sido estar siempre juntos jugando a pádel, a videojuegos o a cualquier otra actividad de las que permiten disfrutar sin pensar en nada complicado. Pero después de lo de la playa había hablado con Dani: Debía dar una oportunidad a esa relación. Viajarían los tres en vacaciones para esquivar esas cuatro semanas de custodia en la que ningún verano habían podido compartir un viaje.  Era un gran paso. Ella sabía que él se paralizaba si con sus actos iba a causar dolor a los demás. Anticipaba ese dolor y la ansiedad le entumecía la razón. Era el mismo patrón que hace tres años, cuando casi pierde a Marga por no ser capaz de explicarle a su mujer que desde hacía mucho su matrimonio solo era el sostén de la crianza de Dani. Ahí Marga también esperó paciente a que él encontrara el momento.
El sonido de un mensaje interrumpió la canción que estaba sonando. Era Luis: factura tu equipaje y entra. Luego te explico.
Leyó varias veces el texto y llamó a Luis. Una voz decía que el teléfono marcado estaba apagado o fuera de cobertura. Algo alterada escribió un mensaje a Dani: ¿todo bien?
El teléfono de Dani tampoco recibía el mensaje.
Sintió una oleada de calor y ganas de fumar.
Cuando levantó la vista ya era su turno para facturar, dejó pasar a varios pasajeros y miró hacia atrás. La cola era mucho más gruesa que la del mostrador de la izquierda, en la que las personas y equipajes se notaban diferentes quizá por el destino escogido para viajar en vacaciones. India es un destino muy especial, no todo el mundo está preparado para visitarla. Volvió a llegar su turno y está vez le dio apuro y dejó la maleta. Salió a fumar y en el trayecto hacia la puerta buscó la cara de Luis entre la gente.
Se obligó a mantener la calma.
En la cola del detector de metales volvió a leer justo delante que lo mejor estaba por llegar en una camiseta que ya le resultaba familiar. Impecablemente despeinado, el hombred dejó su mochila marrón de piel tipo petate militar en una de las bandejas y en la siguiente la cartera, el móvil y unas RayBan retro con cristales verdes.
Marga no dejaba de pensar en el calibre del problema que les debería de haber surgido para no estar ahí ahora que solo faltaban cuarenta minutos para el cierre de las puertas.
Marcó varias veces a los dos números pero estaban apagados y no recibían los mensajes que les enviaba.
Pensó en llamar a su amiga Susana. No sabía qué hacer. Susana tampoco podía hacer mucho si los teléfonos están desconectados. No pensaba con claridad.
Al cabo de diez minutos el sonido del Whatsapp tintineó varias veces.
Amor, lo siento mucho. Te compensaré. Estamos en urgencias, Dani tiene un ataque de ansiedad. Por favor, coge ese vuelo.  No puedes dejar pasar esta oportunidad. Te quiero

Marga se acercó a la puerta de embarque apremiada por la insistente llamada del altavoz repitiendo su apellido una y otra vez, caminaba con la vista hacia delante con la mirada de un invidente. 
Una azafata la acompañó en la pasarela hablándole amablemente mientras ella caminaba como una autómata. La chica la llevaba de la mano y le repetía que todo iba a ir bien, que era un vuelo seguro, con un equipo experimentado a los mandos: no tiene nada de qué preocuparse, señora.
Dentro del avión la azafata la guió a lo largo del pasillo del Boeing 747 y le indicó el asiento que le correspondía.
Todavía se estaba colocando el pasajero del asiento de al lado, con sus cosas algo desparramadas alrededor. Había dejado en el asiento de Marga unas RayBan retro de cristales verdes sobre un libro titulado Viaje en solitario a India: el inicio de una vida nueva

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