domingo, 15 de julio de 2018

Me levanté muy temprano, no estaban puestas ni las calles; como diría mi madre. No soportaba la idea de llegar tarde a ningún sitio pero mucho menos a una entrevista de trabajo. En media hora estaba lista, así que pasé el resto del tiempo dando vueltas por mi apartamento canturreando "Five years" de David Bowie mientras daba pequeños mordiscos a un trozo de pan de molde. No había sido capaz de desayunar, los nervios me atacaban al estómago. Comes como un pajarito. Casi pude escuchar su risa, como si se hubiera quedado atrapada rebotando en las paredes desde la última vez.

En cuanto asomó el primer rayo de sol a través de la ventana empecé a hacer camino, iba a llegar con antelación pero no aguantaba un segundo más allí. Adoraba la brisa del alba en primavera y contaba con un tiempo extra así que iría caminando. El edificio donde había sido citada se podía ver desde mi casa, era el más alto de la ciudad y se alzaba poderoso entre las enormes nubes de contaminación.

Más que la propia entrevista me preocupaba el hecho de que tenía que subir hasta el piso cuarenta y dos, acostumbrada evitar los ascensores presa de la claustrofobia. Me estuve mentalizando durante todo el trayecto y una vez allí pulsé el botón temblorosa. El ascensor llegó con una asombrosa rapidez y subí junto a un montón de gente. Conforme ascendíamos cada vez éramos menos, lo cual me provocó una gran sensación de alivio. Me preocupaba tener que compartir mi oxígeno con demasiadas personas. El corazón me latía en los oídos y el sonido que hacía el piloto que marcaba la planta se me clavaba en el cráneo. Estaba empezando a sudar, a la mierda el riguroso ritual de aseo al que me había sometido esta mañana. Comencé a tararear "So long, Marianne" de Leonard Cohen. Había adoptado esa costumbre de Jota, que siempre lo hacía cuando estaba nervioso. Es curioso como vamos cogiendo algunos de esos pequeños hábitos de los demás hasta terminar haciéndolos propios.

Justo llegando a la cuadragésima planta el ascensor se detuvo con un golpe seco y se encendieron las luces de emergencia. Varias personas lanzaron un suspiro de exasperación.

—Ya estamos, lo arreglaron la semana pasada —comentó una mujer con unas enormes gafas de pasta mientras mascaba chicle.

—Creo que ha sido un apagón— apuntó un hombre con un frondoso bigote.

La luz roja parpadeaba y empezó a hacer mucho calor. Yo estaba rígida, incapaz de articular palabra, pensaba que si abría la boca para decir la más mínima cosa se me escaparía todo el aire y me asfixiaría. De pronto se oyó un chirrido metálico y empezamos a descender a toda velocidad. Vamos a morir, y antes de que pueda ni tan si quiera parpadear estaré allí contigo. Pero el ascensor lejos de impactar contra el suelo continuaba cayendo hasta que todos los allí reunidos alcanzamos la ingravidez.

Contrario a toda lógica, nadie se inmutó. La señora de las gafas de pasta continuaba mascando chicle y tecleaba con furia su Blackberry, sorprendí al señor del bigote hurgándose la nariz y el resto se limitaban a poner los ojos en blanco y suspirar. ¿Cuánto tiempo íbamos a estar cayendo? Deseaba ponerme a gritar, quitarle el teléfono a aquella mujer y zarandearla. ¿Es que nadie se estaba dando cuenta? Una mujer rubia platino con un enorme cardado comenzó a canturrear "¿Porqué te vas?" de Jeanette, empecé a hiperventilar y perdí la consciencia.

Jota conducía y yo sacaba los pies por la ventanilla de aquel pequeño twingo lila. Adoraba viajar por carretera, me hacía más ilusión que el propio destino. Llevábamos varios días sin parar, Jota quería llegar lo antes posible para disfrutar al máximo de Viena. A mí me daba ciertamente igual, con él me acostumbré a pensar que tenía todo el tiempo del mundo, que tenía infinitos libros por dedicar, infinitas canciones por escuchar, infinitos kilómetros por recorrer. El radiocassete estaba estropeado y solo reproducía la misma canción una y otra vez. Nos habíamos aprendido la letra de memoria y había dejado de tener gracia hacía tiempo, así que empezamos a cantarla poniendo voces extrañas. Un camión se cambió de carril sin mirar "...junto a las manillas de un reloj, esperarán, todas las horas que quedaron por vivir..."

Recobré la consciencia y lo primero que vi fue a la mujer de las gafas de pasta inclinada sobre mí, mascando chicle. Estábamos en el hall del edificio.

—Niña, ¿estás bien? te ha dado un vahído.

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