miércoles, 25 de julio de 2018

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No había pasado un solo día que no pensase en Celine desde que tuve que dejarla. Luces, cámara, acció... Hubo un apagón y nos vimos obligados a interrumpir el rodaje. Salí fuera de la nave para fumarme un pitillo. Aquella noche el calor era asfixiante, grandes gotas de sudor me caían por la frente y las botas de cuero me estaban matando. Todo esto estaba resultando mucho más duro de lo que Joseph me había prometido. Había visto un precioso caballo de madera en un escaparate, quizá dentro de poco podría comprárselo a Celine. Joseph me había dicho que esto de la pornografía iba a ser un negocio en auge y que nos traería mucho dinero.

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Celine apenas era del tamaño de un garbanzo cuando ingresé en aquel convento al sur de Nuevo México. Claro que yo entonces desconocía directamente sobre su existencia. No fue tras pasados unos meses, cuando las tareas más sencillas se me empezaron a hacer más complicadas, que Mariana observó en mí los claros síntomas de un embarazo. Durante un tiempo pudimos ocultárselo a la madre superiora hasta que fue algo demasiado evidente. Me relegaron a la cocina, a ojos de mis "hermanas" había pecado y me desdeñaban. Excepto Mariana que venía todos los días a verme y me ayudaba a pelar patatas.

A la niña la bautizaron nada más nacer para que no corriera la misma suerte que su madre, que iría al infierno. Aunque la mayor parte del tiempo me hallaba aterrorizada por el hecho de ser madre adoraba pasar las tardes con ella en el jardín trasero y cepillar su cabello rubio a la caída del sol. Allí todas parecían saber como cuidar de ella y no podía evitar pensar que yo no era el tipo de influencia que quería para mi hija, mis padres me habían enviado allí por una razón. Tomé la decisión más difícil de mi vida, recogí mis pocas pertenencias y me hice al camino. Celine crecería feliz entre naturaleza y almas puras.

En la carretera conocí a Joseph, dijo que me llevaría a Nueva York y que allí me daría trabajo. Joseph siempre sabía exactamente qué hacer, había viajado por todo el mundo, leído mucho y entendía un montón sobre música. Yo me enamoré al instante, de él, de sus gafas de sol redondas y su media melena a lo Jim Morrison. 

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—Nena, será mejor que entres, con lo del apagón no es seguro estar aquí fuera —dijo Joseph interrumpiendo el hijo de mis pensamientos.

Todo esto de la película me estaba resultando muy desagradable pero desde luego era mucho mejor que hacer la calle. Además, así podría comprarle a Celine aquel caballito y se lo enviaría al convento. Estaba segura de que Mariana se lo haría llegar, en la última carta me contaba que le habían enseñado a pelar habas.

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