domingo, 15 de julio de 2018

Él feliz y yo contenta




La de la foto soy yo. 
Me toca limpiar las persianas por fuera cada medio año. Es que de verdad que se ponen perdidas con ese polvo negro que se acumula en las rendijas. Mi cuñada —que también sale en la foto, de espaldas y en la ventana de abajo— dice que soy una exagerada y que desde la calle no se ve lo sucias que están. Pero yo, desde mi casa lo veo perfectamente y con eso me basta para tener que limpiarlas.

Me he hecho, con unos calcetines de la nieve, unas manoplas que arrastran muy bien la porquería y las utilizo para limpiar las persianas, los estores y las mosquiteras que tengo puestas en las ventanas de la casa del pueblo. 

Esto lo suelo hacer a primera hora de la mañana, que es cuando no da el sol, así todavía no se ha calentado el marco y me puedo agarrar bien. Me espero a que Julio se vaya a trabajar, así me evito tener que convencerlo de lo necesario de la limpieza y cuando llega a mediodía ya está todo arreglado y él feliz y yo contenta.

La mecánica es fácil. Me pongo la escalera de lado y pegada a la ventana. Subo tres peldaños y ya me da el tiro para sacar una pierna a la repisa. Me cojo del marco con las dos manos, en una llevo la manopla con agua y jabón y en la otra la de enjuagar y secar y ya saco el resto del cuerpo junto con la otra pierna. Luego es cuestión de arrimarse, ir siempre bien cogida y a limpiar. No me llevará más de cinco minutos por persiana.

Cuando acabo, para volver a entrar hago más o menos lo mismo. Meto una pierna, la apoyo en la escalera, meto la cabeza, el resto del cuerpo y al final la otra pierna. No tiene mucho secreto.

A lo mejor, para el que lo ve de lejos, parece más complicado, por eso el martes pasado, después de comer, cuando ya estábamos con el café y yo a punto de sentarme a ver la novela, resulta que me llama mi cuñada para avisarme de que estaba saliendo por la tele —¿Yo? ¿Por la tele con la vergüenza que me da? ¿A santo de qué?—. Y ponemos la tele y efectivamente, ahí estaba yo, con mi bata rosa y mis manoplas de la nieve, limpiando las persianas tan ricamente. Visto en la pantalla parece más de lo que es, y así se lo tuve que explicar a Julio, que se puso hecho un basilisco. 

Supongo que algo de razón tiene, porque si no conoces mi mecánica puede parecer  difícil. Bueno, y peligroso, también, pero no lo acabo de ver tan peligroso. Con lo cagueta que soy yo, si fuera peligroso no me atrevería a hacerlo.


En fin, que con todo el revuelo que se ha armado en el vecindario, y con lo pesado que se pone mi Julio cuando cree que tiene razón, he aprovechado el tirón y al de la empresa que viene a instalarme lo del agua de la ósmosis le he encargado también un equipo de ingravidez. Me han contado que los edificios esos grandes de Benidorm con tanto cristal y tanta persiana que limpiar, ya lo tienen instalado de serie y que los de la limpieza están encantados. Que es enchufarlo y ya puedes salir como levitando por la ventana, tal cual lo hacen los astronautas en el espacio. A ver si no me sale muy caro y me lo instalan para la próxima limpieza, que me toca en octubre.

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