miércoles, 25 de julio de 2018

Agujas en el corazón


Un grito atravesó el colegio. Provenía del baño de las chicas, donde una alumna había encontrado el cuerpo de Eva Sánchez rodeado de una sustancia densa y maloliente. Cinco minutos después se oyó como alguien contenía el aliento al otro lado del teléfono del director y miles de cajones comenzaron a abrirse en el piso del que provenía. Pasados otros cinco interminables minutos, el aire salió de golpe de los pulmones de aquella madre, una madre que por fin sostenía el diario de una hija que portaba una sombra siempre consigo.

Pasó las páginas hasta llegar a la última entrada como si su vida dependiera de ello, y ciertamente era así. Por un segundo dudó sobre si aquello sería lo correcto, invadir la intimidad de su niña tan descaradamente, pero finalmente se decidió a leerlo. Así encontraría respuestas a las numerosas preguntas que le surgían mientras su hija iba camino del hospital. Acarició las palabras como si con ello pudiera acariciar a su propia hija y leyó:

4 de Octubre de 2018
Peso: 39,6kg
Cintura: 47,0cm
Querido diario:
Ya no puedo más. Entro a una clase y ahí están. Salgo al pasillo y ahí están. No paran de recordarme lo horrible que soy, un “despojo humano”. Por las noches oigo sus voces en mi cabeza. Me recuerdan lo fea que soy, lo gorda que estoy, y hasta que no vomito en el baño sus insultos no cesan; solo entonces puedo dormir.
Lo peor es que tienen razón. Soy una vaca a la que nadie va a querer en su vida. Por más que lo intente me miro al espejo y ahí están, esos asquerosos michelines que hacen que nada me quede bien. Con razón me llamaban gorda Carla y sus secuaces. Me merezco todo lo que me digan.
No sé qué más puedo hacer para adelgazar y eso que vomito todo lo que como. Incluso cuando Sonia, la cocinera, me da una chocolatina y tengo que comérmela para que no piensen que estoy loca la vomito después. Si sigo así se van a dar cuenta y empezarán a vigilarme. Entonces empezaré a engordar otra vez y se reirán de mí más de lo que ya lo hacen ahora. Tengo que tener cuidado de que no me pillen. Mi objetivo es demasiado importante y nadie va a persuadirme de lo contrario.

Cerró la pequeña libreta de golpe, como intentando borrar lo que había leído, y cogió el bolso y las llaves del coche. Dejando un rastro de gotitas saladas tras de sí, bajó al garaje y se preguntó cómo sería capaz de conducir con una cortina de agua cubriéndole los ojos. Se sentó en el asiento del conductor y cerró la puerta de golpe. Con mano temblorosa trató de meter las llaves en el contacto pero no lo consiguió hasta la quinta o sexta vez. Agarró el volante con más fuerza de la necesaria, buscando algo que la pudiera sujetar, y tras respirar hondo varias veces puso el coche en marcha y rumbo al hospital.

Ya en la sala de espera, viendo que nadie quería decirle cómo se encontraba su hija, se dejó caer en una silla y sacó el diario del bolso. Necesitaba saber cómo había llegado Eva a esa situación sin que ella se diera cuenta. Lo abrió por otra página y empezó a leer:

29 de Agosto de 2018
Peso: 43,8kg
Cintura: 49,4cm
Querido diario:
Hoy mamá me ha obligado a ir a una estúpida comida familiar. Me he hecho la enferma pero como ella siempre tiene que tener la razón he acabado sentada en una mesa rodeada de viejos panzudos. Y encima me castiga echándome el doble en el plato. “Tienes que comer… te estás quedando en los huesos.” Pues sí, mamá, esa es la idea. De verdad, a veces me exaspera. No entiende lo horrible que es bajar a la piscina con estas lorzas. Para colmo se burla de mí constantemente diciendo cosas como “pero tú qué vas a estar gorda”. A veces creo que solo lo hace por joder, porque ella en realidad me mira con asco, como si no se creyera que pudiera tener una hija obesa. Pero luego le digo que me quiero poner a dieta y pasa de mí… increíble. Y no es que me pueda librar de la puñetera comida diciendo que estoy llena, no. Tengo que terminarme el puto plato porque si no es “una falta de respeto”. Y lo dice ella que es la principal culpable de que yo esté así. Si respetara mis decisiones quizá estaría más flaca y no se burlarían de mí. Qué asco me da. La odio.

Levantó la vista y la dejó clavada en la pared. Se pasó así varios segundos, quizá minutos, tratando en vano de no pensar en nada. “La odio”, había escrito su hija, su niña. ¿Desde cuándo era así? Quizá si la hubiera dejado ponerse a dieta ahora no estaría en esta situación. Siguió contemplando un punto fijo en la pared sin llegar a ver nada realmente. De repente una voz interrumpió el silencio:

-Ya puede pasar, señora.

Volvió a guardar el diario en su bolso y siguió al médico hasta la habitación 204, donde una versión pálida y débil de su adorada niña dormía plácidamente. Volvió a oír la voz del médico pero parecía un eco lejano. La madre asintió varias veces pese a que no estaba prestando atención a nada de lo que decía. En su cabeza era como si no estuvieran en la misma habitación. Buscó un punto en la pared y clavó su vista en él mientras aquel hombre seguía explicándole algo que no alcanzaba ni se esforzaba en entender. Cuando se hubo marchado, la madre siguió asintiendo unos segundos más hasta que por fin se dio cuenta de dónde se encontraba. Se acercó a la cama, cogió la mano de su niña y la apretó con fuerza mientras se sentaba a su lado. Sin soltar la mano de Eva, sacó de nuevo el diario y lo abrió por una página al azar:

15 de Febrero de 2018
Peso: 57,7kg
Cintura: 62,1cm
Querido diario:
Al mirarme en el espejo hoy me he dado cuenta de que no puedo seguir así. Comer tanto me está volviendo desagradable. Cuando veo mi reflejo no veo a una chica a la que otras envidiarían ni a un pibón del que otros se enamorarían… solo veo a una foca gorda y fea. Es más, al salir de la clase de historia me he encontrado a Carla y sus secuaces y han usado exactamente esa palabra: foca. Ojalá pudiera estar tan delgada como ella, así al menos los chicos suspirarían por mí como hacen cuando ella se contonea por los pasillos. Pero en lugar de eso yo tengo que resignarme a ser una foca inmunda, un monstruo.
Y lo peor no es eso. Lo peor es que cuando me lo ha dicho con su dichosa voz de pito todos estaban mirando. Y se reían de la maldita foca gorda y fea. Pero claro, la profesora no ha visto nada, qué raro. Me pregunto si será solo una excusa que utiliza para evitarse este tipo de movidas. Seguro que sí. Seguro que piensa “voy a mandar a las pesadas estas al despacho del director a ver si así me dejan en paz de una vez”. Y el marrón, ¿quién se lo come? Pues yo, claro está, porque Carla es “una estudiante modélica”. Modélica los cojones, pero como es popular pues ahí estaba como una reina en la silla de al lado escuchando cómo le pedía yo perdón. ¡Yo, que soy la víctima! Al menos hay algo positivo en todo esto, que mi madre no ha cogido el teléfono cuando la ha llamado el director. Por una vez su obsesión por el trabajo y su pésima actitud de madre desentendida han jugado a mi favor.
He decidido que no necesito ayuda de nadie, voy a arreglarme yo solita. Estoy harta de ser el patito feo siempre. Quiero ser un cisne.

Meses. Habían pasado meses desde que todo esto había empezado y ella no se había dado ni cuenta. Aun con los dos trabajos, con los que no daba a basto y llegaba a casa exhausta, su hija debería haber sido su prioridad y allí se encontraba ahora, tendida en una cama de hospital. ¿Cómo había podido dejar que esto sucediera? Apretó con fuerza la mano de su niña y se la llevó a los labios. La dejó ahí unos instantes mientras su beso desesperado se mezclaba con las lágrimas que diluviaban de sus ojos. Tragó saliva y respiró el aroma que emanaba de la mano de Eva. Recordaba un dulce olor a margaritas pero ese olor había sido reemplazado con otro más pesado a crisantemos.

Algo le robó la fuerza de las manos pues ya no se vio capaz de sujetar la de su niña. La dejó caer y sintió que la estaba dejando caer a ella, como había hecho durante meses. Se secó las lágrimas con la manga de su abrigo, que no se había quitado todavía, y se preguntó si alguna vez su hija podría perdonarla por no haber estado ahí, si alguna vez se perdonaría ella misma. Pero en el fondo sabía que por mucho que Eva mejorara, a ella la culpa la reconcomería por dentro puesto que esta era como un buitre que vuela en círculos sobre la carroña y ella ahora mismo no sentía vida alguna en su interior. Pasara lo que pasara, nunca recuperaría esa vida y la culpa se lanzaría en picado a por ella.

Comenzó a respirar más aceleradamente, intentando llenar sus pulmones de aire que la pudiera devolver a un período más feliz donde su hija no fuera más que una princesita con una mancha de chocolate en la nariz que abría entusiasmada sus regalos de cumpleaños. Recordó su mirada expectante y una sonrisa inocente que la incitaba a reír con ella. Pero ahí tendida, Eva no tenía ninguna sonrisa y sus ojos, cerrados, no le pedían un beso a gritos.

Se separó bruscamente de la cama para evitar mirar a su hija, que ahí tendida y pálida parecía más un cadáver que la dulce niña que había sido. Sudores fríos le recorrían la piel a medida que su respiración se aceleraba cada vez más. Trató de concentrarse en un punto en la pared, algo que la tranquilizara, pero una aguja se le clavaba en el corazón una y otra vez y no la dejaba respirar. Apretó el diario de su niña contra el pecho, tratando de cesar el dolor o quizá de tener a su niña más cerca. Sin embargo el dolor no hacía más que aumentar junto con los sudores fríos y justo cuando se le empezaba a nublar la vista una estampida azul corrió hacía ella y entre todo el griterío ininteligible la madre oyó un susurro casi imperceptible:

-Mamá…

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