lunes, 30 de julio de 2018

CULPABLE

No se me permite hablar pero tampoco podría articular palabra,
si lo intentara lo mas seguro que el único sonido que saldría de
mi boca sería un extraño  chasquido,
Los nervios me han vaciado de saliva de tal manera
que  sería imposible despegar mi lengua del paladar
totalmente seco.
La esterilidad de la habitación no ayuda demasiado,
una brillante iluminación, unas paredes
excesivamente bancas y la ausencia de cualquier
decorado le dan un aspecto de quirófano aséptico.
Pero en vez de una camilla hay una silla y enfrente
dominando la habitación una cristalera como esas
que salen en los interrogatorios de las  películas de
policías. ¿Me pregunto si existirán de verdad?

Pero por desgracia no estoy en una película
y yo si puedo ver a través del cristal. Varias figuras observan la escena, apenas son unos centímetros de vidrio pero suficientes para crear una distancia enorme y decisiva. La distancia que separa la culpa del reproche, el arrepentimiento del perdón.

Entre las siluetas adivino la de una mujer parece
que está llorando desconsolada y a su lado
un hombre le agarra del hombro muy fuerte tan fuerte
que por un momento en mi cabeza solo cabe la idea
de que si en realidad llora por el dolor en el brazo.
Esta idea estupida hace que sea consciente
de mi propio dolor, mis uñas han dejado unas huellas
rojizas en las palmas de mis manos, el fruto
de apretar con fuerza los puños más tiempo
del que soy capaz de recordar.

Busco compasión entre los rostros del otro lado,
apenas una pizca de complicidad entre la rabia
que asoma en los ojo de algunos y la indiferencia
en otros.  Quizá mi ansia encontrar el perdón
hace que mi mente me esté jugando una mala
pasada y sólo lo imagine.
¿Porque iban a perdonarme?, en pocas horas todo
acabara y cada uno volverá a sus casa, a su vida.
Todos al final olvidarán este día que se perderá entre
la monotonía de los demás.
Bueno todos no, la mujer no olvidará , esa mujer
no perdonará y seguramente me odie durante
toda su vida. La rugosidad del vidrio le da un
aire irreal casi fantasmal, ojala lo este imaginando ,
ojala fuese un sueño, pero el tacto del metal
en mis manos es la mayor prueba de que no
es un sueño de que lo que está ocurriendo
es muy real.

De pronto veo movimiento tras el cristal, significa
que ya no hay marcha atrás, que se aproxima la hora.
Un desagradable gusto a ocre me recorre desde el
estómago a la garganta, son los nervios o señal de
que mi cuerpo no ha tolerado  la última comida.
Las siluetas se agitan al otro lado, una sombra
cruza lah abitación y se dirige hacia la puerta que l
a conecta con este lado.
Antes de que se abra completamente y la figura
entre, pienso en cómo he llegado
hasta aquí, y en si pudiera volver atrás, volver justo antes de la llamada de Carlos.

-Hola?
-Hola Jaime soy Carlos, Estoy buscando a alguien
que me pueda ayudar. Estas ocupado?
Eché un vistazo rápido a mi alrededor,
hacía días que prácticamente no salía de casa,
en realidad una estancia minúscula que servía a
la vez de sala de estar dormitorio y cocina.
Sobre el sofá-cama descansaban un par de
vaqueros sucios y varias camisetas que bien
por desidia o por pereza no había recogido en
varios días. Una mancha en forma de cara monstruosa
en una camiseta blanca me miraba con reproche
pero hacia días que había decidido ignorarla.

- Pues en realidad me pillas bastante ocupado-Mentí

Al otro lado del teléfono Carlos, pareció contrariado,
su silencio me permitió escuchar de fondo el sonido
de una tele permanentemente encendida. la chica
de los informativos anunciaba la primera ejecución
desde la restauración de la pena de muerte en
España. La locutora no debía tener más de 30 años
pero aparentaba menos de  20, relataba la noticia
con una amplia sonrisa seguramente ni siquiera
sabía de lo que estaba hablando solo repetía las
palabras que alguien había escrito por ella.
Para ser sincero los trapicheos de Carlos nunca
me habían gustado. Carlos no era mala gente pero
para los negocios no tenía lo que se dice un ojo de
lince precisamente, esto unido a una mala suerte
que parecía que le perseguía como un cobrador
del frac cobrando horas extras, provocaba que
sus "negocios" acaban siempre en desastre
y estuviera siempre escondido y en líos de juzgado.
La única vez que la vida le dio algo de suerte
fue el dia que su hermana se casó con un
"joven prometedor"  de buena familia y grandes
influencias, que había conseguido
un alto puesto en el ayuntamiento y era quien
acababa sacándolo de todos los líos en los que
se metia, imagino que más que por simpatía a su
cuñado que por dejar de oír las impertinentes  
súplicas de su devota y obediente mujercita.

-Mira Jaime se que no estás pasando por un buen
momento y lo que voy a ofrecerte si sale bien
podemos ganar una buena pasta.
- Pero qué dices? No tengo ningún tipo
de problemas- volví a mentir

Llevaba 3 meses sin pagar el alquiler,
las amables notas del habían dado paso a las
visitas de cortesía en las que amablemente se me
invitaba a pagar o abandonar la casa con la
compañía de unos simpáticos policías que me
ayudaran a realizar la mudanza y encontrar la salida.
Eche otro vistazo a la habitación, en una esquina
de la mesa una torre de latas vacías de cerveza
amenazaba con caer al vacío y aterrizar sobre una
cama de envases de comida preparada de esas
que el super deja a mitad de precio cuando están
a punto de caducar.

- Esta bien, déjame que lo piense.

Creí que solo lo había oído en mi mente, pero debí
haberlo dicho en voz alta.

"Oh Dios creador concede al alma de tu siervo
la remisión de todos sus pecados..." Las palabras
me devuelve al presente, el que ha entrado en
el "quirófano" es un cura católico, me pregunto si el condenado es religioso o se ha convertido al saber la muerte tan cerca intentando hacer la mayor cantidad de méritos no sea que Dios exista y se vea condenado para siempre también en la otra vida.
"Para que alcance el perdón..." Estoy convencido
de que esta vez las estas palabras van dirigidas
a mí, la culpa, el perdón.
¿Me perdonará la mujer que llora?, ahora puedo
distinguirla bien; por la edad debe ser la madre
del condenado no se si podría oírme, pero me
gustaría gritarle que no es nada personal, que no
es culpa mía, al fin y al cabo yo solo soy un
instrumento soy la herramienta pero yo no decido,
no puedo decidir.

¿Quien sabe? A lo mejor se lo merece.
No se si es un asesino, un violador, un ladrón,
pero sí está condenado a muerte será por algo.
Miro de nuevo a la mujer, la veo de manera
diferente, igual es culpa tuya. ¿No es cierto de
que los padres son los culpables de los errores
de los hijos?, en realidad muchos asesinos
y violadores lo son por culpa de una infancia
terrible, llena de maltrato e indiferencia.
¿Lo maltrataste?. ¿Por eso lloras?. Ahora lo veo
todo más claro, eso es, hay algo distinto en la
mujer, no me había dado cuenta pero son sus ojos,
en realidad reflejan culpa, no llora por angustia
sino por culpabilidad. Estoy más que seguro.

"Espero que todos los que están aquí puedan
hacer las paces con esto, no hay casos juzgados
exentos de errores..."  mis últimos pensamientos
me han dado valentía y antes de que el condenado
acabe sus últimas palabras hundo con fuerza
el punzón de hierro del garrote en su cuello.
Mientras oigo el crack de las vértebras,
hago cuentas, y pienso en cuántos meses
de alquiler de la casa puedo adelantar una
vez haya pagado mis deudas.

miércoles, 25 de julio de 2018

Penitencia eterna

¿Alguna vez has sentido que deberías haber sido el que recibiera el golpe por otro? ¿De qué esto no hubiera pasado si no estuvieras en el momento y lugar equivocados?
En estas ruinas, solo encuentro muerte. Esta ciudad nunca volverá a ser lo mismo. Ni siquiera reconstruyéndola. Dios, ni siquiera sé si habrá gente en este planeta para llevar tal proyecto a cabo.

Y todo porque llamé la atención de la gente equivocada, por poder desafiar el orden natural. Tuve que huir constantemente y seguiré haciéndolo hasta que respire mi último aliento.

Pero, a veces las consecuencias de mis actos me hacen pensar si YO debería parar esta vida y entregarme. ¿A quién quiero engañar? Una vez terminen conmigo, buscaran a otro como yo y hacerle el mismo castigo.

No puedo ni podré morir de vejez, esta maldición mía me lo impide. Ni siquiera me atrevo a quitarme la vida. Por lo que siempre estaré corriendo y con mis problemas siempre detrás.

Por eso intento ayudar en cuanto puedo. Me creo que es porque soy una buena persona, cuando en realidad es para intentar redimirme de mi interminable lista de pecados.

Así que, con otro genocidio por parte de los dioses, me marcho de nuevo en mi interminable viaje en este universo, no importa si es pasado, presente o futuro. Tan solo espero que esta vez nadie más sufra por mi culpa.

El vuelo a India



Apoyada en la maleta se puso de puntillas para mirar entre la gente si Luis y Dani ya venían, aunque sabía que ellos se lo tomarían con más calma. En esto también eran muy diferentes. A ella le gustaba estar pronto por si surgía algún imprevisto, pero Luis que no acababa de entenderlo, se burlaba cariñosamente de esas manías. Seguramente llegarian a tiempo pero sin holgura, como sucedía habitualmente. Marga miró el reloj de una de las pantallas y comprobó que faltaban dos horas para el despegue. Los que iban delante habían llegado incluso antes que ella, luego se lo diría a Luis y reirian, pensó. Instintivamente volvió a mirar hacia la puerta y echó un vistazo rápido a su móvil.
La música la calmaba, sacó los auriculares y marcó el modo de reproducción aleatoria, así daba una oportunidad a cada una de las canciones de los diez álbumes de los Beatles que llevaba.
Había fantaseado con este viaje desde que era universitaria. India era el país del que nadie volvía indiferente. Había devorado documentales sobre su cultura, leído algunos poemas conocidos y le encantaba su comida.
Recopiló durante años largas colecciones de historias curiosas o sorprendentes sobre sus gentes, las castas, los funerales,...; guardaba en sus cuadernos recortes de la experiencia que había transformado a los Beatles y fotos de sus maestros de yoga desde hacía quince años, cuando empezó a practicarlo. Ahora iba a realizar su sueño con Luis y su hijo Dani.
La idea había partido de Luis como gesto de reconciliación después de la bronca en la playa hacía tres meses. Una discusión poco exaltada con palabras sensatas pero que a Luis le había hecho ver que los cimientos de la relación se estaban tambaleando porque Marga estaba al límite con el tema del niño.
Le había dicho que Dani se estaba convirtiendo en el estereotipo de adolescente consentido por sus padres divorciados que se sabe la medida de todas las vidas de alrededor.
La había visto profundamente disgustada, y le había querido proponer algo especial.
La chica con rastas se sentó sobre su enorme mochila de camuflaje verde estilo senderista. Le asomaba entre los tirantes de la camiseta parte de un tatuaje de con muchos colores, pero era difícil adivinar el resto que permanecía escondido. Marga también tuvo ganas de ponerse más cómoda, esas esperas se hacían eternas cuando estás sola. Notó que las lumbares empezaban a molestarle y sin que se notara mucho estiró los músculos de la espalda.
La familia de asiáticos estaba apiñada en un metro cuadrado pero sin hablar entre ellos: los niños jugando cada uno con su móvil y los padres mirando al frente como si pudieran telepáticamente conseguir que llegase antes una persona al mostrador y acortar el plantón.
Lo mejor está por llegar, decía la camiseta de un cuarentón rubio del principio de la fila que se rascaba distraídamente con una mano la abundante barba bien recortada mientras sostenía en la otra un libro del que no apartaba la vista.
Marga en cambio habría sido incapaz de leer en entre el barullo de la gente. Ni siquiera estaba disfrutando de los Beatles. Dónde se habrán metido estos dos.
Le pareció distinguir el flequillo de Dani cerca de los ascensores y suspiró de alivio. Solo por un momento, porque al moverse un poco alcanzó a verle la cara y se había confundido. Todos los adolescentes se peinan igual por lo visto. La adolescencia. Marga venía advirtiendo a Luis desde hacía meses sobre lo peligroso de esas escaladas de tensión que siempre culminan en berrinche adolescente.
La situación se repetía invariablemente: empezaba con desaires y conducta arrogante hasta que se le contrariaba y se desataba su furia.
Al principio después del divorcio, no hubo pataletas, no eran necesarias. Sus padres se anticiparon a mimar.
Dos años después su estatus parecía difícilmente revocable. El tiempo consolida privilegios. Qué difícil es convencer de que lo que antes valía ya no sirve.
Dani se esmeraba especialmente con su repertorio de malas caras y desaires en desgastar su relación con Luis. Supo de Marga al cabo de bastante tiempo porque Luis había pospuesto inconscientemente el momento de hablar con él. Decía que no había sabido explicarle, que era complicado encontrar la forma de hablarle, era su niño. Para Luis lo más importante había sido estar siempre juntos jugando a pádel, a videojuegos o a cualquier otra actividad de las que permiten disfrutar sin pensar en nada complicado. Pero después de lo de la playa había hablado con Dani: Debía dar una oportunidad a esa relación. Viajarían los tres en vacaciones para esquivar esas cuatro semanas de custodia en la que ningún verano habían podido compartir un viaje.  Era un gran paso. Ella sabía que él se paralizaba si con sus actos iba a causar dolor a los demás. Anticipaba ese dolor y la ansiedad le entumecía la razón. Era el mismo patrón que hace tres años, cuando casi pierde a Marga por no ser capaz de explicarle a su mujer que desde hacía mucho su matrimonio solo era el sostén de la crianza de Dani. Ahí Marga también esperó paciente a que él encontrara el momento.
El sonido de un mensaje interrumpió la canción que estaba sonando. Era Luis: factura tu equipaje y entra. Luego te explico.
Leyó varias veces el texto y llamó a Luis. Una voz decía que el teléfono marcado estaba apagado o fuera de cobertura. Algo alterada escribió un mensaje a Dani: ¿todo bien?
El teléfono de Dani tampoco recibía el mensaje.
Sintió una oleada de calor y ganas de fumar.
Cuando levantó la vista ya era su turno para facturar, dejó pasar a varios pasajeros y miró hacia atrás. La cola era mucho más gruesa que la del mostrador de la izquierda, en la que las personas y equipajes se notaban diferentes quizá por el destino escogido para viajar en vacaciones. India es un destino muy especial, no todo el mundo está preparado para visitarla. Volvió a llegar su turno y está vez le dio apuro y dejó la maleta. Salió a fumar y en el trayecto hacia la puerta buscó la cara de Luis entre la gente.
Se obligó a mantener la calma.
En la cola del detector de metales volvió a leer justo delante que lo mejor estaba por llegar en una camiseta que ya le resultaba familiar. Impecablemente despeinado, el hombred dejó su mochila marrón de piel tipo petate militar en una de las bandejas y en la siguiente la cartera, el móvil y unas RayBan retro con cristales verdes.
Marga no dejaba de pensar en el calibre del problema que les debería de haber surgido para no estar ahí ahora que solo faltaban cuarenta minutos para el cierre de las puertas.
Marcó varias veces a los dos números pero estaban apagados y no recibían los mensajes que les enviaba.
Pensó en llamar a su amiga Susana. No sabía qué hacer. Susana tampoco podía hacer mucho si los teléfonos están desconectados. No pensaba con claridad.
Al cabo de diez minutos el sonido del Whatsapp tintineó varias veces.
Amor, lo siento mucho. Te compensaré. Estamos en urgencias, Dani tiene un ataque de ansiedad. Por favor, coge ese vuelo.  No puedes dejar pasar esta oportunidad. Te quiero

Marga se acercó a la puerta de embarque apremiada por la insistente llamada del altavoz repitiendo su apellido una y otra vez, caminaba con la vista hacia delante con la mirada de un invidente. 
Una azafata la acompañó en la pasarela hablándole amablemente mientras ella caminaba como una autómata. La chica la llevaba de la mano y le repetía que todo iba a ir bien, que era un vuelo seguro, con un equipo experimentado a los mandos: no tiene nada de qué preocuparse, señora.
Dentro del avión la azafata la guió a lo largo del pasillo del Boeing 747 y le indicó el asiento que le correspondía.
Todavía se estaba colocando el pasajero del asiento de al lado, con sus cosas algo desparramadas alrededor. Había dejado en el asiento de Marga unas RayBan retro de cristales verdes sobre un libro titulado Viaje en solitario a India: el inicio de una vida nueva

El sacrificio


Sé perfectamente que estás convencida de que fui yo quien provocó este monótono caos en que se ha convertido el resumen de tu vida. Ahí estás cabeceando, como si tus pensamientos hubieran adquirido volumen y no los pudieras contener.
Hace veintinueve años que cuido de ti, que empujo tu silla. La silla que ocupas. La silla a la que yo te condené.
Durante este tiempo no te he visto sonreír ni una sola vez. Hablas poco. Aunque debo reconocer que después del último ictus, te supone un gran esfuerzo articular las palabras. Pese a ello,  siento que consideras estéril cualquier intento de diálogo.
Era jueves, se suponía que ibas a llegar tarde. ¿Lo recuerdas?
En aquella época pasaba casi todo el tiempo solo. Sin embargo, ese día Gaby apareció antes de lo habitual.  La grúa se había llevado el coche y tuvo que caminar dos kilómetros bajo el sol extenuante de agosto.
Eso me contó.
No lo creí.
Me despistó su mal humor columpiándose en una leve contracción de la mandíbula— un gesto involuntario, apenas perceptible, que se manifestaba cuando sucedía algo que no encajaba en sus planes—. Pero casi en seguida, deduje que era una maniobra, poniéndome en antecedentes, para que pudiese corroborar el percance que había sufrido y así justificar el dinero que proyectaba pedirte en cuanto cruzaras la puerta.   
No me sentía cómodo. Era la primera vez que estábamos solos después del encuentro fortuito en el tugurio de la calle Rojas. Me quedé paralizado al verlo bajar por la escalera con su cuerpo rotundo y ese halo de desenfado que le confería el enjambre de rizos tostados sobre su cabeza. Se quedó unos segundos quieto, con la mirada fija, enganchada a mí.  Podría decirse que ambos compartimos la sorpresa y el descubrimiento de un secreto.
Y ese jueves, el día que siempre llegabas tarde, pero que llegaste pronto. Lo que viste no fue, en absoluto,  lo que pareció que sucedía.
Gaby se metió en la ducha. Dejó la puerta abierta.
Podía haberme encerrado en la habitación, pero no lo hice. Me quedé de pie, en el extremo del salón, mirando por la ventana, cavilando. Sentía que ese tipo era un fraude. Un vividor que sólo se ocupaba de satisfacer sus propias necesidades aprovechándose de otros. Me percataba de que estaba enfadado y de que el tema del coche, no había hecho más que aumentar mi irritación.
    ¿Por qué estás con mi madre? — le grité desde el salón.
Él no debió escucharme debido al ruido que producía el agua. Insistí de nuevo con la misma pregunta levantando más la voz, pero el sonido cesó y mis palabras se estrellaron en un repentino vacío.  
    Déjalo estar—pronunció sin alterarse.
Me di la vuelta. Estaba completamente desnudo, con una toalla en la mano,  chorreando agua sobre el parqué.
    No— aseguré con firmeza.
 Se encendió un cigarrillo y mojado como estaba se acomodó en el sofá. Sonrió levemente y su mandíbula se tensó con avidez.
    Tú lo que quieres saber es por qué nos encontramos allí.
Tuve que contenerme para no lanzarme sobre él. Tenía ganas de pegarle. Me sublevaba esa fingida postura de dominio, esa superioridad que demostraba manteniendo la calma, con la toalla sobre sus malditos rizos, presenciando el arrebato de ira que su actitud provocaba en mí.
    No— le respondí apretando los puños—. Quiero saber…
    Quieres saber—me interrumpió con brusquedad— qué hace la pareja de tu madre en un bar de alterne. Se detuvo un instante y añadió— Lo mismo que tú—.
Se produjo un silencio áspero, donde nos miramos con persistencia. Él con cierta extrañeza, yo con un absurdo desafío. Se puso de pie y de repente su desnudez me perturbó.
    Si tú no le dices nada, yo tampoco— convino mientras se acercaba a mí.
    Voy a hacerlo— le espeté con osadía.
Si dudarlo, dirigí un golpe con el puño cerrado hacia su rostro. Él lo esquivó, la toalla se cayó al suelo. Me cogió del brazo y lo dobló sobre mi espalda. Intenté zafarme pero me empujó contra la ventana y me inmovilizó pegando su cuerpo al mío. Entonces me susurró al oído: — No eres culpable—.
El llanto emergió de súbito, primero con violencia, luego como un gemido profundo que arañaba el aire. Gaby me abrazaba cuando tú abriste la puerta.
Nunca te lo expliqué.
No pude.
No quise.
No es verdad, no pude.
Lo echaste de casa y al día siguiente tuviste una apoplejía.
Hace frío. Te acerco a la estufa oculta debajo las enaguas de la mesa camilla.
Tienes los ojos abiertos. Estoy seguro de que me has estado escuchando.
Te doy dos besos, uno en cada mejilla, y te digo:
    Me voy mamá. Hoy es el entierro de Gaby.
Tu mirada algo turbia se detiene en mis pupilas. Mueves los labios con dificultad arrastrando los vocablos.
    No tienes la culpa.

Ana

El Duelo


Hacía una mañana fría y pese a que no había ni una nube, el sol, a esa temprana hora todavía no resplandecía demasiado. Will miró a su oponente con cautela y con la espada desenvainada se fue acercando a él poco a poco, cuando se encontraba aproximadamente a unos cinco metros de distancia tensó su cuerpo y adoptó una postura defensiva.

- A que esperas, Jonas, desenvaina de una vez.

- Will esta es tú última oportunidad de detener esto, retira tus palabras y olvidemos esta locura.

- Cállate y saca tu maldita espada. No tengo nada que decirte.

Jonas cabizbajo negó una vez con la cabeza, para un segundo después mirar a Will a los ojos y empezar a desenvainar la espada lentamente, como dando tiempo a su rival para pensárselo una última vez.  Aunque en el fondo sabía que no a ocurrir, la rabia contenida durante esos tres meses había estallado del peor modo y no iba haber manera de detenerla.

Cuando Will vio que Jonas había adoptado  también una pose de combate comenzó a avanzar a la vez que se escoraba para buscar un buen ángulo por el que atacar. Su oponente más experimentado que él se escoró  a su vez y los dos estuvieron varios segundos moviéndose en círculos, observándose. Todo comenzó en un segundo, cuando vio su oportunidad Will se lanzó hacia la yugular de Jonas, pero este lo esperaba, alzó su espada y el choque de esta con la de su contrincante hizo vibrar el aire.



Will corría a máxima velocidad esquivando los distintos obstáculos que encontraba por las estrechas calles de la ciudad, alguno de estos obstáculos se volvía hacia el profiriéndole insultos. Pero no le importaba, tenía que ser él Will Defreid el primero en comunicarle a Lina la gran noticia. Will sabía que pese a que había intentado parecer calmada e incluso algo indiferente no había ser más ansioso en la ciudad que su hermana. Will se detuvo derrapando en la esquina y entró por la puerta gritando a pleno pulmón.

-¡Lina! ¡Catalina!

- Will, que demoni…

-¿A que no adivinas quien será tu primer capitán?

- Como voy a saberlo, no nos lo comunican hasta mañana, espera Will, esa cara, que has hecho esta vez…

- Jajaja tranquila nadie tiene por que enterarse, solo he estado un rato jugando a espías en el cuartel, de verdad no quieres saber quién va a ser tu capitán.

- Will…

- ¡Va a ser Jonas! Lo he escuchado en la reunión, el mismo te ha pedido para su cuerpo expedicionario.

Will observó satisfecho la sonrisa de felicidad de su hermana y pudo notar casi físicamente como la tensión que Lina acumulaba desde hacía días desaparecía  con el suspiro de alivio que soltaba en esos momentos.

Los dos hermanos conocían a Jonas desde que eran pequeños. Había sido el mejor discípulo de su padre y cuando este murió en combate hacía ya casi ocho años, dejándoles huérfanos (pues a su madre se la llevo un  sarampión hacia ya diez años.) Jonas fue de las personas que más les ayudaron a salir adelante. Estuvo al principio en los momentos más duros y más tarde fue el aval para que los dos pudieran entrar en la escuela militar como habían deseado desde que eran críos.

- Entonces, ¿de verdad  me ha reclamado él para su unidad?

- Lo he escuchado con total claridad, ja, puede ir de todo lo honorable y recto que quiera, decir que no va a mostrar favoritismos, pero yo sabía que te elegiría desde el principio, al fin y al cabo nadie mejor que él sabe tu potencial.



La pierna de Will sangraba, no era un corte profundo pero no era el primero que Jonas le infligía y como guerrero experto sabía que si alargaba el combate la victoria acabaría inclinándose hacia él. Se había alejado de Will dándole algo de tiempo y espacio para que se recuperara y estudiándole  con desconfianza. Will era más joven y disponía de más energía  y unos reflejos mejores, Jonas sabía que contaba con la experiencia y una mayor pericia, pero aún así no debía confiarse, era él quien había  iniciado a Will en el arte de la espada, y sabía de lo que era capaz. Observo cómo Will finalmente se incorporaba y se lanzaba de nuevo al combate, Jonas con un sentimiento en su interior parecido a la resignación se preparó para rechazar el nuevo ataque.



Jonas se sentó con rabia ante una mesa apartada del resto en el comedor común. Era la tercera vez ese mes que sus superiores le negaban una expedición. Argumentaban que hacia menos de dos semanas de la última que había y que desde la  terrible escaramuza de las montañas de Skal no había tenido más de una semana de descanso, que lo necesitaba, que le vendría bien. Jonas no podía estar más en desacuerdo estando fuera, de expedición al menos podía centrarse en el trabajo, le mantenía ocupado. En cambio parado sin hacer nada en el cuartel, no podía evitar sumirse en terribles pensamientos, y no eran solo sus fantasmas los que le acosaban, lo peor era Will, y cada vez iba a más. Desde la muerte de su hermana Will había empezado a beber hasta casi caer inconsciente. Y el tiempo que no lo pasaba bebiendo lo hacía insultándole,  cuando no haciendo las dos cosas simultáneamente. Se había empeñado en echarle la culpa de la muerte de Lina y pese a que tanto sus superiores como el resto de supervivientes de la misión le habían dicho que había actuado correctamente y  que no se podía haber hecho nada para salvar a los fallecidos a veces Jonas se preguntaba si Will no tendría razón. Pese a eso Jonas no podía permitir que eso continuara. Si Will seguía acusándole de cosas tan graves en público el tendría que responder. Un fuerte portazo sacó a Jonas de sus pensamientos, Will se dirigía hacia él furibundo.



Las espadas volvieron a cruzar trayectorias en el aire y Will exhausto se echó hacia atrás. Sabía que estaba perdiendo el combate, pero una furia ciega le obligaba a seguir la lucha hasta las últimas consecuencias. Miró hacia arriba, Jonas mantenía su guardia, pero no atacaba. Eso enfurecía aún más, era como si se estuviera burlando de él, como si no le tomará en serio. Will cogió esa rabia y la convirtió en la energía para una última embestida, se lanzó de frente aún sabiendo que era lo que Jonas esperaba, pero no le quedaba fuerza para intentar otra cosa. Will vio como una vez más la espada de Jonas se interponía en su trayectoria, sin embargo, cuando ya creía que su último ataque estaba condenado a acabar como los anteriores la espada de Jonas cayó hasta dejar su pecho expuesto y la espada de Will llevada por la inercia se lo atravesó limpiamente. Los dos contrincantes cayeron al suelo, uno de los dos ya muerto antes de tocarlo y mientras las manos de Will se empapaban de la sangre de su amigo un sentimiento empezó también a inundarle.

Agujas en el corazón


Un grito atravesó el colegio. Provenía del baño de las chicas, donde una alumna había encontrado el cuerpo de Eva Sánchez rodeado de una sustancia densa y maloliente. Cinco minutos después se oyó como alguien contenía el aliento al otro lado del teléfono del director y miles de cajones comenzaron a abrirse en el piso del que provenía. Pasados otros cinco interminables minutos, el aire salió de golpe de los pulmones de aquella madre, una madre que por fin sostenía el diario de una hija que portaba una sombra siempre consigo.

Pasó las páginas hasta llegar a la última entrada como si su vida dependiera de ello, y ciertamente era así. Por un segundo dudó sobre si aquello sería lo correcto, invadir la intimidad de su niña tan descaradamente, pero finalmente se decidió a leerlo. Así encontraría respuestas a las numerosas preguntas que le surgían mientras su hija iba camino del hospital. Acarició las palabras como si con ello pudiera acariciar a su propia hija y leyó:

4 de Octubre de 2018
Peso: 39,6kg
Cintura: 47,0cm
Querido diario:
Ya no puedo más. Entro a una clase y ahí están. Salgo al pasillo y ahí están. No paran de recordarme lo horrible que soy, un “despojo humano”. Por las noches oigo sus voces en mi cabeza. Me recuerdan lo fea que soy, lo gorda que estoy, y hasta que no vomito en el baño sus insultos no cesan; solo entonces puedo dormir.
Lo peor es que tienen razón. Soy una vaca a la que nadie va a querer en su vida. Por más que lo intente me miro al espejo y ahí están, esos asquerosos michelines que hacen que nada me quede bien. Con razón me llamaban gorda Carla y sus secuaces. Me merezco todo lo que me digan.
No sé qué más puedo hacer para adelgazar y eso que vomito todo lo que como. Incluso cuando Sonia, la cocinera, me da una chocolatina y tengo que comérmela para que no piensen que estoy loca la vomito después. Si sigo así se van a dar cuenta y empezarán a vigilarme. Entonces empezaré a engordar otra vez y se reirán de mí más de lo que ya lo hacen ahora. Tengo que tener cuidado de que no me pillen. Mi objetivo es demasiado importante y nadie va a persuadirme de lo contrario.

Cerró la pequeña libreta de golpe, como intentando borrar lo que había leído, y cogió el bolso y las llaves del coche. Dejando un rastro de gotitas saladas tras de sí, bajó al garaje y se preguntó cómo sería capaz de conducir con una cortina de agua cubriéndole los ojos. Se sentó en el asiento del conductor y cerró la puerta de golpe. Con mano temblorosa trató de meter las llaves en el contacto pero no lo consiguió hasta la quinta o sexta vez. Agarró el volante con más fuerza de la necesaria, buscando algo que la pudiera sujetar, y tras respirar hondo varias veces puso el coche en marcha y rumbo al hospital.

Ya en la sala de espera, viendo que nadie quería decirle cómo se encontraba su hija, se dejó caer en una silla y sacó el diario del bolso. Necesitaba saber cómo había llegado Eva a esa situación sin que ella se diera cuenta. Lo abrió por otra página y empezó a leer:

29 de Agosto de 2018
Peso: 43,8kg
Cintura: 49,4cm
Querido diario:
Hoy mamá me ha obligado a ir a una estúpida comida familiar. Me he hecho la enferma pero como ella siempre tiene que tener la razón he acabado sentada en una mesa rodeada de viejos panzudos. Y encima me castiga echándome el doble en el plato. “Tienes que comer… te estás quedando en los huesos.” Pues sí, mamá, esa es la idea. De verdad, a veces me exaspera. No entiende lo horrible que es bajar a la piscina con estas lorzas. Para colmo se burla de mí constantemente diciendo cosas como “pero tú qué vas a estar gorda”. A veces creo que solo lo hace por joder, porque ella en realidad me mira con asco, como si no se creyera que pudiera tener una hija obesa. Pero luego le digo que me quiero poner a dieta y pasa de mí… increíble. Y no es que me pueda librar de la puñetera comida diciendo que estoy llena, no. Tengo que terminarme el puto plato porque si no es “una falta de respeto”. Y lo dice ella que es la principal culpable de que yo esté así. Si respetara mis decisiones quizá estaría más flaca y no se burlarían de mí. Qué asco me da. La odio.

Levantó la vista y la dejó clavada en la pared. Se pasó así varios segundos, quizá minutos, tratando en vano de no pensar en nada. “La odio”, había escrito su hija, su niña. ¿Desde cuándo era así? Quizá si la hubiera dejado ponerse a dieta ahora no estaría en esta situación. Siguió contemplando un punto fijo en la pared sin llegar a ver nada realmente. De repente una voz interrumpió el silencio:

-Ya puede pasar, señora.

Volvió a guardar el diario en su bolso y siguió al médico hasta la habitación 204, donde una versión pálida y débil de su adorada niña dormía plácidamente. Volvió a oír la voz del médico pero parecía un eco lejano. La madre asintió varias veces pese a que no estaba prestando atención a nada de lo que decía. En su cabeza era como si no estuvieran en la misma habitación. Buscó un punto en la pared y clavó su vista en él mientras aquel hombre seguía explicándole algo que no alcanzaba ni se esforzaba en entender. Cuando se hubo marchado, la madre siguió asintiendo unos segundos más hasta que por fin se dio cuenta de dónde se encontraba. Se acercó a la cama, cogió la mano de su niña y la apretó con fuerza mientras se sentaba a su lado. Sin soltar la mano de Eva, sacó de nuevo el diario y lo abrió por una página al azar:

15 de Febrero de 2018
Peso: 57,7kg
Cintura: 62,1cm
Querido diario:
Al mirarme en el espejo hoy me he dado cuenta de que no puedo seguir así. Comer tanto me está volviendo desagradable. Cuando veo mi reflejo no veo a una chica a la que otras envidiarían ni a un pibón del que otros se enamorarían… solo veo a una foca gorda y fea. Es más, al salir de la clase de historia me he encontrado a Carla y sus secuaces y han usado exactamente esa palabra: foca. Ojalá pudiera estar tan delgada como ella, así al menos los chicos suspirarían por mí como hacen cuando ella se contonea por los pasillos. Pero en lugar de eso yo tengo que resignarme a ser una foca inmunda, un monstruo.
Y lo peor no es eso. Lo peor es que cuando me lo ha dicho con su dichosa voz de pito todos estaban mirando. Y se reían de la maldita foca gorda y fea. Pero claro, la profesora no ha visto nada, qué raro. Me pregunto si será solo una excusa que utiliza para evitarse este tipo de movidas. Seguro que sí. Seguro que piensa “voy a mandar a las pesadas estas al despacho del director a ver si así me dejan en paz de una vez”. Y el marrón, ¿quién se lo come? Pues yo, claro está, porque Carla es “una estudiante modélica”. Modélica los cojones, pero como es popular pues ahí estaba como una reina en la silla de al lado escuchando cómo le pedía yo perdón. ¡Yo, que soy la víctima! Al menos hay algo positivo en todo esto, que mi madre no ha cogido el teléfono cuando la ha llamado el director. Por una vez su obsesión por el trabajo y su pésima actitud de madre desentendida han jugado a mi favor.
He decidido que no necesito ayuda de nadie, voy a arreglarme yo solita. Estoy harta de ser el patito feo siempre. Quiero ser un cisne.

Meses. Habían pasado meses desde que todo esto había empezado y ella no se había dado ni cuenta. Aun con los dos trabajos, con los que no daba a basto y llegaba a casa exhausta, su hija debería haber sido su prioridad y allí se encontraba ahora, tendida en una cama de hospital. ¿Cómo había podido dejar que esto sucediera? Apretó con fuerza la mano de su niña y se la llevó a los labios. La dejó ahí unos instantes mientras su beso desesperado se mezclaba con las lágrimas que diluviaban de sus ojos. Tragó saliva y respiró el aroma que emanaba de la mano de Eva. Recordaba un dulce olor a margaritas pero ese olor había sido reemplazado con otro más pesado a crisantemos.

Algo le robó la fuerza de las manos pues ya no se vio capaz de sujetar la de su niña. La dejó caer y sintió que la estaba dejando caer a ella, como había hecho durante meses. Se secó las lágrimas con la manga de su abrigo, que no se había quitado todavía, y se preguntó si alguna vez su hija podría perdonarla por no haber estado ahí, si alguna vez se perdonaría ella misma. Pero en el fondo sabía que por mucho que Eva mejorara, a ella la culpa la reconcomería por dentro puesto que esta era como un buitre que vuela en círculos sobre la carroña y ella ahora mismo no sentía vida alguna en su interior. Pasara lo que pasara, nunca recuperaría esa vida y la culpa se lanzaría en picado a por ella.

Comenzó a respirar más aceleradamente, intentando llenar sus pulmones de aire que la pudiera devolver a un período más feliz donde su hija no fuera más que una princesita con una mancha de chocolate en la nariz que abría entusiasmada sus regalos de cumpleaños. Recordó su mirada expectante y una sonrisa inocente que la incitaba a reír con ella. Pero ahí tendida, Eva no tenía ninguna sonrisa y sus ojos, cerrados, no le pedían un beso a gritos.

Se separó bruscamente de la cama para evitar mirar a su hija, que ahí tendida y pálida parecía más un cadáver que la dulce niña que había sido. Sudores fríos le recorrían la piel a medida que su respiración se aceleraba cada vez más. Trató de concentrarse en un punto en la pared, algo que la tranquilizara, pero una aguja se le clavaba en el corazón una y otra vez y no la dejaba respirar. Apretó el diario de su niña contra el pecho, tratando de cesar el dolor o quizá de tener a su niña más cerca. Sin embargo el dolor no hacía más que aumentar junto con los sudores fríos y justo cuando se le empezaba a nublar la vista una estampida azul corrió hacía ella y entre todo el griterío ininteligible la madre oyó un susurro casi imperceptible:

-Mamá…

Noche de guardia

NOCHE DE GUARDIA

Como siempre, el coche circula mucho más rápido de lo que debería. Algún día les parará la policía, pero por el momento están cansados y tienen ganas de llegar al apartamento, con lo que la velocidad está justificada. Aún así, hay que repostar en la próxima gasolinera o el domingo no podrán hacer el viaje de vuelta.
Casi no han hablado en todo el trayecto, pero la parada hace de interruptor para que ella comience una conversación.
- Bueno, ¿Qué hiciste anoche?

PARTE I: Él

Acaba de llegar a casa, es tarde y no hay nada en la nevera. Ella no volverá de su guardia hasta las ocho de la mañana, así que tiene vía libre.
Avisa por el grupo a sus incondicionales, esta noche también estará solo y tiene ganas de fiesta. No tardan ni dos minutos en contestar, todos están a su entera disposición. Esta vez volverá a ser en su casa, uno traerá las cervezas, otro hielo y limones y en cuanto lo tengan claro, bajarán al bar de la esquina para pedir bocadillos, bravas y sepia.
Han visto el partido, jugado a la play y acabado, como cada noche, arreglando el mundo con unos cuantos gintonics de Seagrams por cabeza, pero es jueves y aunque la compañía es grata y la noche es joven, en unas pocas horas tendrán que estar todos de nuevo en pie, así que desmontan el tinglado, que no es más que tirar la basura y meter los vasos en el lavavajillas y cada uno vuelve a su puesto, hasta la próxima guardia.
Él no tiene suficiente, está cansado pero no tiene sueño, por tanto decide continuar con el ritual de cada noche de guardia. Coge el teléfono, se sienta en el sofá de piel blanca y aunque es verdaderamente tarde, marca el número que, a fuerza de usar, ya se sabe de memoria. Todavía no ha sonado el primer tono y ya han descolgado. Es otra de sus incondicionales, pero con ésta los juegos son diferentes, más íntimos, mucho más tórridos  y ante todo, son juegos prohibidos porque él, por mucho que le pese, continúa casado. 
La conversación deviene en un intercambio de sugerencias, onomatopeyas y exclamaciones que se alargan hasta casi el amanecer y cuando ya se lo han dicho todo y han sentido todo lo que esperaban sentir, deciden emplazarse de nuevo hasta la próxima, sin concretar mucho más, pero sabiendo que en tres o a lo sumo cuatro días podrán repetir o incluso verse en persona.
Finalmente se acuesta, consigue dormir sin problemas, hasta el punto de que no se da ni cuenta de cuando llega ella y se acuesta, recién duchada, a su lado. Ya casi ni la ve, ni la siente. 

PARTE II: Ella

Acaba de llegar al hospital, es pronto pero prefiere tener tiempo para que le pongan al día de todo lo que ha pasado y está pasando. 
Las guardias, conforme se acerca el fin de semana, se hacen más pesadas y especialmente agotadoras los jueves que son los nuevos viernes. De todos modos, desde hace dos meses ella las prefiere así, cuanto más costoso se hace el trabajo menos piensa en todo lo demás y con suerte eso la ayudará a conciliar el sueño, si es que tiene algún rato para dormir.
Por lo pronto está resultando una noche inusualmente tranquila, las enfermeras y los auxiliares están especialmente habladores y le cuentan con entusiasmo los últimos cotilleos del hospital.  A media noche hacen el resopón, cada uno suele traer algo para el almuerzo nocturno, pero ella no ha traído nada, su nevera lleva unos cuantos días vacía y no hay ánimos de llenarla. Tampoco tiene hambre así que ni se molesta en comprar cualquier cosa en la máquina expendedora.
Parece que tiene sueño y todo está muy tranquilo, una de las enfermeras la anima para que vaya a descansar un rato y ella no opone resistencia. Sin abrirla, se acuesta en la cama común, tampoco se molesta en quitarse la bata para estar un poco más cómoda, no cree que dure mucho su descanso. Consigue mantenerse en un duermevela alrededor de dos horas. Aunque no hay avisos ni urgencias se levanta movida por una necesidad, más sentimental que fisiológica.
Hace dos meses, sin saber muy bien porqué, tras recoger el correo del buzón, se puso a revisar las facturas. Es algo que no había hecho antes, todos los cargos de la casa están domiciliados en la cuenta común y nunca han tenido ningún problema, pero ese día lo hizo. Comenzó por la más abultada, que resultó ser la factura del teléfono. Para su sorpresa, aparecían detalladas todas y cada una de las llamadas realizadas, desde las más breves, de escasos siete segundos hasta las más largas, de más de dos horas. No recordaba haber mantenido conversaciones ni tan cortas ni tan largas, seguro que eran de él, que algunos días decidía trabajar desde casa y la mayoría de sus acuerdos se realizaban vía telefónica, pero no cuadraba que fueran a las tres o las cuatro de la madrugada, ni siempre al mismo número, ni tan reiteradas, ni que coincidieran exactamente con sus guardias.
Esa noche, como las que había pasado en el hospital en los últimos dos meses, volvió a sucumbir a su necesidad de comprobación y llamó de nuevo a su casa. Como el resto de veces, contuvo la respiración hasta que oyó los pitidos agudos, cortos y seguidos que anunciaban  que podía volver a respirar, pero que lamentablemente el teléfono de su casa estaba comunicando y no precisamente con ella.

Epílogo

Ella sabe que cualquier explicación para las llamadas a altas horas de la noche, de duración inapropiada y de reiterada disposición, va a ser completamente inverosímil, pero también sabe que no se ve capaz de vivir sin el hombre que le está mintiendo vilmente, al que hace culpable de todo lo malo que está pasando en su matrimonio y de esa sensación que lleva ya dos meses destrozándola, como un tornillo que se enrosca sin fin en su estómago y en su cabeza.
En el fondo también sabe que todos piensan lo mismo, por mucho que ella se obceque en desoírlos. Puede que él sea el culpable, el que ha provocado todo este drama contemporáneo, pero la responsabilidad última de lo que está sintiendo, de su malestar, su odio, su frustración y su tristeza es ella. Sólo cuando sea capaz de no pensar en él como su mitad complementaria y vea la cantidad de posibilidades que se abrirán conforme supere el shock y asimile el cambio, se hará plenamente responsable de su vida y podrá comenzar a ser feliz. Pero eso ella todavía no lo sabe. 

Él no sabe nada. Ni qué hacer, ni qué decir. Piensa que quedarse quieto y mirar al infinito a través de la luna de su flamante coche es la forma menos traumática de pasar este bache. Solo que no es un bache, es el final del camino.